lunes, 26 de abril de 2010

Hazle pasar.


Eso es lo que dicen los detectives apostados en el respaldo de su silla giratoria cada vez que sus secretrarias anuncian un nuevo cliente. Hazle pasar. Y entonces recogen el tabaco, colocan el papel entre los dedos y retiran las hebras para hacerse un cigarrillo en el tiempo exacto para que el visitante le prenda fuego. Hazle pasar. No importa que sea Lauren Bacall o Mary Astor. Que sea en un apartamento de la Quinta Avenida o en una oficina de la bahía de San Francisco.
Y te das cuenta de que al que ha dado permiso para que pase es, precisamente, a ti. Aunque no tengas voz de mujer fatal ni camines con tacones como si estuvieras en la cuerda floja.
Ya estás ahí. En medio de un despacho donde lo normal va a ser un asesinato extraño, un cómplice fugitivo, una mujer enamorada y una sociedad enferma.
Bienvenido: no vas a poder escapar hasta que cierres el libro, horas más tarde.
Y hasta pronto, que el adiós es demasiado largo para arriesgarse a decirlo.

viernes, 23 de abril de 2010

"La cafeína que roba el apetito", por Vicente Verdú.


Frente a la obesa presencia americana que propiciaba la McDonald's antigua nace la cafeína que roba el apetito en Starbucks.
Starbucks es la empresa más dinámica de EEUU en los últimos diez años y la de máximo crecimiento en bolsa, por delante de IBM, Microsoft, Coca Cola, General Electric y Wal-Mart, y con 6.000 establecimientos repartidos en 40 países, Líbano, Kuwait, Omán, Qatar y Arabia Saudí entre ellos. Si McDonalds es fast food, Starbucks es del orden de la slow food o las slow cities, entornos serenos que se representan como "arty, eco friendly, homely appeal" (artísticos, amistosamente ecológicos, atractivamente hogareños).
El café de Starbucks no es el verdadero café de los tradicionales cafés. Pero,curiosamente, Starbucks desbanca, incluso en Viena, al buen café tradicional. El café tradicional arrastra el peso de la historia, mientras que el de Starbucks, siendo un café aparentemente igual, puede beberse sin molestos vestigios. Los viejos cafés son tan pasivamente auténticos que llevan incluso los bajos precios de antaño mientras que los Starbucks son excitantemente caros, superverdaderos artículos de moda.
El capitalismo de ficción trata con la realidad para desprenderla de la peste de los real, compone -como se dice en la tele- una "realidad formateada", una realidad controlada y chic, desprovista del olor de la edad, libre del pringue histórico.
"Los cafés de Viena son bonitos, pero viejos". Con eso se dice casi todo.

Tanto McDonalds como Starbucks han sido denunciados por la precariedad de sus remuneraciones y las abusivas jornadas laborales. Ambos han recibido denuncias populares por perjudicar el medio ambiente y la vida. Tratando de maquillar su pérdida de consideración por la opinión pública, McDonalds envía fondos para los niños discapacitados, declara defender las especies amenazadas y canaliza donaciones para obras benéficas. Entre tanto, Starbucks, ha creado las elegantes stock options para sus (explotados) camareros en señal de que también deben considerarse "del negocio". O que también ellos son, en la ficción, empresarios. O creadores, artístas, socios.

El gran potencial, en fin, del capitalismo de ficción, no reside en vencer, sino en vender, en coincidencia con el nuevo estilo posmoderno y la globalización.

Vicente Verdú
El estilo del Mundo
(La vida en el capitalismo de ficción).

Las doce pruebas de Asterix.


Aunque en esto de las profesiones al volante parece que la fama se la llevan los taxistas y los camioneros, los autobuseros no son una especie en peligro de extinción. ¡Ni mucho menos!
¿Cuántos chistes hemos oído acerca del moreno camionero? ¿De sus aficiones cuando pasan por la M-30? ¿Y de pesetos? ¿Quién no puede contar una aventura que le ha sucedido a bordo de uno?
El autobús es lo que tiene: te sientas en la parada, subes, llegas a tu destino y te bajas.
Lo curioso es que con esto de la rapidez de la vida madrileña me descubro a mí misma subiendo y bajando de cuatro autobuses distintos al día. ¡Emocionante!
Antes tenía la idea de que uno se sube y se baja sin participación alguna.
Ahora hago encaje de bolillos: subo al C1, me bajo a las dos paradas, cruzo hacia el botánico andando, cojo el 150 o el 14 o directamente el 27 (aunque el 35 me parece que tampoco me vendría mal). Para volver más de lo mismo.
También puedo ir en metro: línea verde de Rubén Darío a Acacias o la amarilla y andar un rato...
No sabía que vivir en Madrid implica urdir estratagemas espacio-temporales: calcular los 3 minutos de escaleras de metro, los 6 hasta la Glorieta de Embajadores,...
Ayer Alberto me felicitaba por lo bien que me empiezo a mover por aquí...
¿Alguien podría darme el pésame?

Por cierto, si pasa uno de esos azules dobles a ras de acera, más vale dar un par de pasitos atrás.

lunes, 19 de abril de 2010

¡Tururú!


Es por nuestra seguridad: cancelar vuelos, subir el precio del metro, poner más cámaras de vigilancia... Qué bonito.
Cada vez que alguien vela por mi seguridad me llevo la mano al bolsillo. Ahora, la situación de los vuelos convierte la realidad en una novela de Saramago: la gente deja de ver, de votar o la muerte desaparece a su antojo. Y transforma en ficción lo que suele ser aburrido y denso como la nube de ceniza.
¿Qué pasaría si dejara de haber aviones?
En Europa, la gente volvería a coger trenes y autobuses entre países, algo frecuente hasta hace muy poquito tiempo y que parece haber sido olvidado gracias a la varita mágica de los gerentes de las líneas de vuelos baratos. Los viajes de fin de curso seguirían siendo en autobús y los fines de semana al pueblo y no a Praga o Roma.
El sudeste asiático respiraría y sus habitantes volverían a saber lo que es un templo sin europeos o americanos haciendo fotos.
Sudamérica empezaría a desarrollarse con sus propios recursos y no exportaría mano de obra precaria o fruta transgénica.
Estados Unidos y África seguirían igual: el primero porque seguiría mirándose al ombligo y haciendo caso omiso de restricciones y el segundo porque nunca se ha beneficiado de los aviones.
Y hasta que todo vuelva a su normalidad y el Estado pague las pérdidas de negocios privados, les dedicamos un alto y sonoro "¡¡TURURÚ!!"

sábado, 17 de abril de 2010

Metáfora del capitalismo

Aparece en los periódicos: una banda se dedica a robar las alcantarillas y venderlas por cien euros a un comprador ilegal de metal que, a su vez, vende este metal a la administración encargada de hacer alcantarillas por ciento cincuenta euros.
Bonito flujo. Todo se transforma: metal, billetes, acciones...

Derechos Humanos

En el futbol incluyeron a un árbitro que decidía qué era falta o cuándo había salido fuera. Esta tercera persona mediaba entre las opuestas opiniones de dos equipos. Claro, que no siempre cualquiera de las dos versiones es la verdadera. Por eso, este individuo también se equivoca. Para dificultar un poco más las cosas crearon jueces de línea, federaciones y servicios informáticos a pie de pista. Ni siquiera todos estos organismo han conseguido que unas veces se acierte y otras se falle.
Si es más que probable que nos personas no lleguen a un acuerdo, es una certeza que tres o más no lo conseguirán jamás.
Eso es lo que hace el derecho: obstaculiza lo (relativamente) sencillo. Traspasa algo bilateral a una dimensión pluridireccional que desvía interminablemente lo plano. Y convierte una acción cotidiana en una marea de trámites. Objetivo: que lo que se podría solucionar en un momento pasa al universo temporal de la justicia, desquiciando a la víctima hasta reducirlo a la espera de la sentencia. Trabas para que se beneficie, cómo no, el inventor: empresa, banca o estado.
Según Lao-Tsé, "cuando no cumplimos con nuestros deberes, nos amparamos en nuestros derechos".

jueves, 15 de abril de 2010

Colillas en el suelo.


Es inevitable: cuando uno se acostumbra a lo bueno, los reveses siempre son más difíciles de aguantar.
Después de dos semanas de buen tiempo, vuelve la lluvia y el frío y Madrid muestra su otra cara, la de la prisa y los malos modos subordinados a una aguja del reloj (o a una aguja, simplemente, si se trata de nuestros vecino del metro).
El recuerdo de tiempos pasados, con el aliño de programas de éxito que visitan a los paisanos residentes en otra parte del mundo, nos trasladó el otro día a Uganda. Un país, no nos cansamos de decir, asombroso. Una lección de tranquilidad y ganas de cambiar las cosas. Quizás porque pasamos más tiempo allí que en otro país africano y nos mezclamos algo más con la gente tenemos más cariño a sus paisajes que a otros que nos ofrecieron fauna salvaje o picos legendarios. Su capital, no obstante, es sucia y caótica. Las demás aldeas son los restos de una planificación abortada y las carreteras que las unen suponen la línea más primitiva de unión entre dos puntos, como los primeros deberes de un niño de repasar el perfil de un dibujo con un punzón.
Aun así, la gente salía contenta: un señor aseguraba cual mantra justificante que los niños de allí eran pobrísimos; una monja se echaba las manos en la cabeza por el índice de SIDA sin ningún remordimiento y una chica pagaba el precio de un alquiler medio de aquí por una mansión compartida con otros blancos. Estaba contenta y sin nostalgia.
Después de este proselitismo de una vida mejor lejos de la burbuja inmobiliaria estranguladora, me pregunté si harían el mismo tipo de programas en otros países. Por ejemplo, "Marroquíes por el mundo" o "Subsaharianos entre dos aguas". A ver qué opinaban de su nuevo destino estas criaturas sin opciones.
¿Qué oportunidades de ocio ofrece El Ejido? ¿De qué tejido son las mantas de la Cruz Roja? o la reiterativa ¿Cuánto tiempo llevas aquí? con la coletilla "sin papeles".

miércoles, 7 de abril de 2010

Madridcentrismo.


No sé si soy yo, que puede que sí (pero para algo es mi opinión) o cada vez más me cuesta ver las noticias que da la Primera de Televisión Española por su excesivo Madridcentrismo.
¿Qué pasa? ¿Que sólo hay atascos en Cibeles? ¿Que sólo hay tráfico en las salidas de Madrid? ¿Que sólo es noticia la llegada del otoño en los jardines del Retiro?
¿Que sólo la Gran Vía cumple 100 años?
Desde aquí hago un llamamiento para que todos aquellos que piensen que su calle tiene más de 100 años lo digan sin tapujos.
¡Inconformistas del mundo: UNÍOS!

domingo, 4 de abril de 2010

Gorrones sin fronteras, por Sánchez Dragó.

Remoloneo en la cama. La tele dice que los misioneros sin crucifijo, pero con chalecos de coronel Tapioca, secuestrados en Mauritania siguen en paradero desconocido. Mi mujer, que es japonesa, exclama: ¡Menudo chollo! Los españoles pagáis al contado y, encima, convertís en héroes a esos pijos. Razón lleva. Pijos, caraduras, gilipollas y gorrones, añado. ¿Acció solidaria? No. Acción mamaria (de mamoneo). Lo de esa gubernamentalísima organización no gubernamental es como para clamar al cielo en el que sus frailes no creen. Pijos, porque basta verlos, saber quiénes son sus papis y pasar lista a los enchufes de los que viven. Caraduras, porque jeta de granito hay que tener para asegurar que es la misericordia -solidaridad, la llaman. Jerga progre- lo que los mueve. ¡Oh, cuánto sacrificio! ¡Qué entereza de ánimo la que los lleva a arrostrar las penalidades del turismo de aventura! Gilipollas, porque lo es en grado sumo todo el que piense que con unos cuantos camiones cargados de alubias, chocolatinas y preservativos va a sacar de apuros a millones de personas gobernadas por sinvergüenzas. Son éstos quienes se quedan con el cepillo. Y aunque así no fuese, ¿no sería más lógico cargar la ayuda en un mercante y entregarla en los puertos de destino a cualquier institución solvente (si existiera, lo que es dudoso) o depositarla en las huchas del Domund? Tres cuartas partes, como mínimo, del dinero recaudado por las oenegés laicas van a parar al pozo de los gastos de gestión y al sumidero de la corrupción. Añadan a eso los del viajecito de treinta y tantas personas -¡treinta y tantas!- enviadas desde Cataluña, a todo tren, a tan lejanos parajes y echen cuentas. ¿Es que no hay aquí pobres sin intermediarios a la vuelta de cualquier esquina? Y si el donante los prefiere de raza negra o circuncisos y con chilaba por mor del exotismo, no han de faltarle. En cuanto a lo de gorrones, yo también me pongo a veces ridículos chalecos de coronel Tapioca, pero los pago de mi bolsillo. Si cruzo el Sáhara para revolcarme en las dunas y me descalabro o me voy al Índico a pescar atunes y doy en hueso, es sólo asunto mío o de los míos. ¡Ojalá los chupópteros sin fronteras regresen ilesos a sus camitas, pero confío en que lo sucedido sirva de escarmiento a esos tontainas y a quienes les consienten los caprichos! ¡Qué buenos son los politicastros mendicantes que nos llevan de excursión! Nunca viene mal una colleja propinada en el momento justo.

jueves, 1 de abril de 2010

La ciudad.


Vuelves de un viaje y a los pocos días ya parece que no te hayas ido. La rutina casa-trabajo-casa te empieza a atrapar, olvidas (de nuevo) prioridades loadas a lo largo de meses de interminables noches de autobús, cenas al borde del caos. Los rompecabezas que parecían empezar a encajar vuelven a desestructurarse y sólo puedes ver tu reflejo, una tarde, al salir de la oficina, sin reconocerte. De nuevo, volver a empezar, pero esta vez, más cerca de los trenta.