miércoles, 27 de octubre de 2010

Kumaris y Mataró.

¡Qué ganas de hablar de Sánchez Dragó! Por fin. Hacía ya bastante que no intercalábamos algún comentario suyo, pero ahora que la actualidad está detrás de él no nos queda más remedio que referimos al incidente que ocupa alguna que otra página de los periódicos y comentarios en programas televisivos: resulta que en su último libro presume de cómo se lo acabó trajinando con varias niñas japonesas que aparentaban unos trece años. Ahora, respondiendo a las acusaciones recula y dice que "Era un grupo de chicas y chicos. Tomamos algo y coqueteamos". Vaya, vaya. No sé qué es peor, si imaginármelo montándoselo con jovencitas o de jefe de ceremonias en un Burguer King con una chavalería prepúber. Si por lo menos hubiera seguido en sus trece de mujeriego y fanfarrón, sólo habría levantado unas cuantas ampollas más, pero dárselas de ligón con un colegota en un libro y resultar ser un payaso es una ofensa contra tu propia dignidad.
Lo habría visto hasta coherente con su pensamiento libertino y su acracia, pero ahora me deja un poco desconcertado: primero lo considera crimen, luego mentira, más tarde ficción...
De todas formas, lo que más me impresiona son dos cosas: 1) que haya salido a la luz un mes más tarde desde que se presentó el libro (lo que quiere decir que nadie lo había leído, o que nadie se había escandalizado hasta que ha saltado la voz de alarma, o- peor aún- que los que lo entrevistaron durante la promoción no tenían ni idea de lo que estaban hablando) y 2) que se acuse de forma tan llamativa a alguien que nunca ha ocultado sus pasiones menores hacia las ídem, cuando lleva toda una vida narrándolas en todos sus libros (en El camino del corazón se jacta hasta de beneficiarse a una kumari, las candidatas a reinas de Nepal).
De todas formas, supongo que esto acabará en agua de borrajas y los que de verdad traumatizan la vida de los pequeños nunca se verán en ningún tercer grado, o se seguirán abriendo macroburdeles a expensas de un proxenetismo intocable.

lunes, 25 de octubre de 2010

Orquídeas.

Las orquídeas entraron a ritmo de rock and roll y dos lágrimas rodaron por las mejillas de Luisa...
 "Mi madre cuida más a su orquídea que a mí". Esa frase, que es absolutamente falsa, me encanta.
 La repito una y otra vez, como una niña pequeña que quiere captar la atención de los adultos que la rodean, sin darme cuenta de que ya no tengo cinco años.
No sé quién diablos le regaló la maldita planta, pero se alza orgullosa en mitad del comedor, proclamando insolente mi derrota.
A pesar de que los consejos de jardinería caseros son un tema más que recurrente entre mi madre y mi abuela (junto con el parte meteorologico) y a pesar de haber ido a distintas exposiciones de "orchidaceae", nunca les he terminado de ver la gracia. Me decía a mí misma... "Esto de las plantas es como el fútbol, si ya no te gusta, no te gustará nunca".
En la frontera con Guatemala, a orillas de las Lagunas de Montebello, me dí cuenta de que, de nuevo, estaba equivocada, cuando la familia que nos alojaba nos mostró el modo en que las cultivan para sacar algún dinero y salir adelante. Me deslumbraron sus hojas carnosas, las raíces como dedos de recién nacidos y el restallido de color de sus pétalos todavía humedos por el rocio de la selva.
El fin de semana en que Noemí decidió que regalarian orquídeas en la boda a madres y abuelas, me pareció un detalle acertado y de buen gusto al que no atribuí más importancia.
Pero cuando, en mitad de un banquete repleto de sorpresas, aparecieron estas reinas a ritmo de rock, vi dos lágrimas en los ojos de Luisa y supe que habían acertado.

Recuerdos selectivos.

Puede que nuestra estancia en Nueva York se viera afectada por dos condicionantes principales:
1) El lugar donde vivíamos (zona alta de Brooklyn) debido al precio de vida y 2) La lectura de Ébano, de Kapuściński.
El primer problema es fácil de solucionar si cuentas con holgura económica y vas preparado para lo que te esperas tras un salto de charco desde Europa: los precios de Estados Unidos son excesivamente altos. Mucho más de lo que cualquiera puede imaginar poniendo en comparación a Francia o Alemania. No sólo por el ritmo de vida diario de transporte, casa y comida, sino por cualquier añadido que le quieras hacer a esa supervivencia privilegiada.
La segunda es más compleja: deberían impedir ciertas lecturas según qué lugar. No se puede leer sobre la miseria en el país de la opulencia. Vale que esté permitido leer historias, fábulas e incluso ensayos algo críticos con tu propio sistema, pero acariciar una realidad tan cruda puede tener los efectos secundarios de exaltar tu sistema o aprender a limpiar las desgracias ajenas con una gamuza de mala conciencia que expulsar la más mínima mota de polvo que se quede en tu lente.
En cualquier caso, la ciudad no tiene pérdida. Yo la echo de menos a menudo, a pesar de estar en Madrid y creer que esto es como la Gran Manzana. Celia, no tanto. Ella prefiere el mar, la brisa y las películas en pijama. Aunque también extraña el aliño de los helados, las salsas de las patatas y, sobre todo, el anuncio por megáfono de permanecer apartado de las puertas del metro.

viernes, 22 de octubre de 2010

Mi último suspiro.

Mi abuela decía que no le gustaba el dulce, pero cada semana reponía un bote de nocilla y una caja de barquillos. También decía que, siempre que gastes debes dejar la misma cantidad en el bolsillo. Esta teoría de ahorro (cristiano, según Pablo) consiguió, en su caso, dotarla de una vejez con cierta serenidad monetaria y malcriar con un último capricho a sus nietos.
Leyendo "Elogio de la ociosidad", Russell disecciona el funcionamiento económico en contra de esa máxima tan brillante del representante de la patronal de que la solución es "trabajar más y cobrar menos". A diferencia de esta dignidad laboral que promulgan desde la poltrona, el tiempo libre y la mesura en el trabajo serían un valor capital tanto para la creación de empleo como para la lubricación del sistema de consumo. ¿O es que acaso se tiene miedo al tiempo libre de los obreros?
Puede ser. El caso es que, más allá de interrogantes sin respuesta o de dar por hecho que la crisis no era el fin del capitalismo, hoy puede ser un gran día, si te lo tomas como tal.
Mucho mejor si lo acompañas de la lectura de "Mi último suspiro", de Buñuel. En él se puede encontrar una biografía no al uso. Con memorias y mentiras, que- en definitiva- también forman parte de nuestros recuerdos.
Puedes hacer un repaso al siglo XX (siempre he admirado en secreto a la gente que nace en un número redondo, como, por ejemplo, el 1900, que es el caso) y a una hornada de intelectuales a caballo entre dos continentes: la España republicana y la América del exilio, aderezada con la eclosión del cine y sus grandes figuras.
Como el libro no tiene fotografías, me he puesto a investigar sobre alguna de las que habla. He encontrado una (la de un poco más arriba) en la que está acompañado de Billy Wilder, Hitchcock o Cukor, entre otros.Y lo que más me ha llamado la atención no es que él aparezca en el medio (luego es cierto el grado de importancia que se otorga en estas reuniones) sino que a varios años vista mi parecido con el maestro del suspense es más que un hecho, y dentro de algún tiempo podré subastar mi foto de bebé como una reliquia del gran director estadounidense.
Si es que ya lo decía mi abuela: no hacéis más que gastar.

lunes, 11 de octubre de 2010

Raíces, la Kahlo.

Madencia.

Hace tiempo que lo que más me reconforta son los olores, la memoria olfativa de un pasado muy presente que resurge de lo imprevisto como un sueño en mitad de una carrera.
No es fácil determinar cuál es mi lugar en éste carrusel que quiero parar sin moverme, pero por más que lo intente este pasillo lleno de puertas sigue sin fin hacia… ¿Dónde?
Cuando todas las premisas de la infancia están al borde de desfallecer, la nube de ilusiones se convierte en algo intangible, las prioridades cambian, los lugares se trastocan y la vida se desdobla… ¿Cómo seguir adelante en diferentes realidades que me atrapan sin renunciar a la otra?
Podría en mi imaginación crear un mundo tangencial. Situar un piso angosto y sin luz cercano a Lavapiés en mitad del barrio del Carmen. La plaza del Ayuntamento sustituiría a la Plaza Mayor, pero estaría al lado de Sol y la calle de la Paz, junto a la Gran Vía. Al Retiro se llegaría por el Cauce del Río Seco y las Torres de Quart, la calle Turia y el número 104 de Guillem de Castro rodearían al Palacio Real y a los jardines de Monforte.
El Rastro acogería cada primavera a la Escuraeta y se podría ir en tranvía al Ágora del Politécnico desde Atocha.
A la Malvarrosa se llegaría en el 27, tras pasar el Prado y el Thyssen. La Cañada sería parte de Las Rozas y la línea de cercanías uniría la Calle 10 con la Plaza del Ferrocarril.
La avenida del Puerto y el Mestalla serían los dos lados del Puente de los Franceses.
Patras, Milwaukee, Yecla, Barcelona y Bruselas barrios periféricos a los que llegaría la línea de metro verde.
Pasaría los fines de semana en Vang Vieng y cada mes me acercaría unos días a Lubas Road, en Jinja, para llevar nuevas ideas y algunos materiales, ver a Rose y plantearle trabajar a su lado por la unidad de las mujeres de todos los colores.
Si Madencia existiera sería como Macondo y me bajaría todos los días a almorzar con Aureliano Buendía para hablar sobre lo mucho que ha mejorado Murakami su tiempo en la última Maratón.

jueves, 7 de octubre de 2010

Premios Nóbel.

Escribo a una hora de conocer al nuevo Nóbel de Literatura. En estos momentos, me imagino, la inquietud no será sólo de los aspirantes sino de las editoriales a las que pertenecen, que se estarán relamiendo ante futuros lanzamientos con la etiqueta en la portada, al aluvión de regazados lectores que necesitan la chapa para sentirse atraídos.
En una lista que publica un diario sueco, entre los diez con más posibilidades están Murakami, Vargas Llosa o Amos Oz. Hay otros que, como Tomas Tranströmer o Ko Un, es la primera vez que veo. Supongo que esto del Nóbel es un poco como Eurovisión. Lo reparten por aquellos países donde no afecte a otras personalidades y, así, lucen de periféricos. ¿Cuántos libros de Le Clèzio había publicados en España hace un par de años?
En fin, ¿por qué tanto revuelo por la literatura? Cuestiones de mercado, claro. El premio a la inseminación artificial apenas ha tenido eco en los medios de comunicación: los laboratorios no son atractivos. Los escritores, sin embrago, se han convertido en estrellas de cine y venden. Se prestan a entrevistas, aparecen en series, conversan en programas de radio.
Adiós al mito de máquina de escribir, cigarrillos y vaso de güisqui.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Lecturas metidos en otoño.

No es fácil ponerse en un terreno neutral y observarse como un ser en tercera persona. Por mucho que un escritor logre dotar de voz omnisciente a su narrador y penetrar en la mente de cada uno de sus personajes, hacerlo en la vida real es un ejercicio meditativo que siempre va teñido por nuestros caprichosos anteojos.
Giralt Torrente, en Tiempo de vida, elabora un testimonio sincero, emotivo sin ser rosa y todo lo objetivo que puede ser el lenguaje impersonal escrito desde la propia persona. Emociona, pero no empalaga. En ningún momento hace reir, pero tampoco sentir compasión o misericordia. Habla con sinceridad. En algunos casos desde el arrepentimiento y en otros desde el dolor del desengaño. Es una buena crónica de una relación tan complicada como la paterno-filial.
Un libro que si está incluido en la sección de narrativa no es más que por el progreso cronológico del ensayo, no porque posea ningún tizne de novela.
Por otro lado, el curioso De qué hablo cuando hablo de correr, de Murakami, es un pequeño anecdotario de sus experiencias como corredor y las relaciones con el ejercicio de la escritura. De lectura fácil y rápida, aparte de alguna digresión filosófica sobre ambas actividades es alentadora para salir a la calle y galopar.

martes, 5 de octubre de 2010

Después de la boda.

Después de la boda se dicen muchas cosas. Se pasan reuniones enteras rememorando escenas o anécdotas. Cuchicheando, criticando o- en el mejor de los casos- tratando de esclarecer esas lagunas producidas por el alcohol.
Desde luego, ésta tiene mucho que recordar.
En primer lugar, la introducción magistral a modo de zapeo radiofónico. Después, las sentidas intervenciones y el manejo de una banda sonora sublime. Por fin, una comida exquisita y un baile insuperable.
Sí, era la boda de mi hermano. Pero también reconozco que ojalá fueran todas así. Desde mi pobre experiencia y, si acaso, percepción, nadie disfruta realmente en las bodas. Pueden ser entretenidas o bonitas, pero no mucho más lejos que cualquier banquete familiar.
Jorge y Noemí han hecho, como era de esperar, un espectáculo a su nivel y exigencia. Han reunido a lo mejorcito y han contagiado el entusiasmo para que el sentimiento general fuera el de alegría. Y han llevado a cabo lo que tantas veces parece tan difícil: disfrutar sin condiciones.