miércoles, 29 de diciembre de 2010

Chaouen.

A pocos días de nochevieja sólo puedo soñar con que el año nuevo nos depara la visita al Norte de Marruecos, unas tierras que desconozco, y que Alberto añora como último reducto para el auténtico viajero.
Por no saber no sé ni cómo se escribe Chaouen, lo he tenido que buscar.
Pero quiero que así sea.
No quiero guías de viaje, ni recorridos preconcebidos.
Sólo dejarme deambular hasta perder la conciencia del tiempo, sin pensar en el regreso.
Caminar por estas callejas que se prometen azules y que me traen el aroma de los balcones de Zanzíbar.

lunes, 27 de diciembre de 2010

¿El blues de Chicago?

Mi padre siempre nos decía que el desayuno tiene que ser el 25% de la alimentación diaria. Yo, cuando le veía untando mermelada en tostadas, haciendo cubitos de queso con membrillo, pelando fruta y calentándose más café con leche me preguntaba cómo sería el 75% restante.
Hoy esta anécdota me la he aplicado a mi favor y, por primera vez en unos meses, me he sentado en una exigua mesa de la cocina a temperatura ambiente (menos cero) y me he preparado tazones de cereales con lo que he podido rescatar de mis enseres cotidianos: un bote a medio cristalizar de miel, un tarro de Nocilla con marcas de tenedor y una manzana arrugada de la bandeja del frigorífico.
El caso es que me ha servido para espabilarme y venir pensado en los tres cuartos restantes y no en el 100% habitual, que solía repartir entre comida y cena.
Todos estos datos inútiles para conmemorar, entre otras cosas, una noche gélida al lado de los primos llegados desde Wisconsin, estado fronterizo del norte- con menos literatura que los del sur, pero con más arces- y una asociación fortuita con el Blues de Chicago de Muddy Waters nada más llegar al trabajo. Relación que, como en otras involuntarias, se me ligan a espacios que nada tienen que ver con la letra, la música, el mensaje o, en suma, mi vida y que, como siempre, condicionan la forma en que te acercas a las cosas.
Porque, vamos a ver, ¿quién me mandará a mí escuchar lamentos de negro suburbial después de cenar con dos ingenieros rubios y atléticos?

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Día de Lotería.

El mejor viaje es siempre el que vendrá. 
Amontonamos recuerdos, nostalgias, desamores, libros olvidados, películas borradas y canciones prohibidas.
Y necesitamos un marco temporal que los organice. Hacemos inventarios de vida
Pero, qué carajo, aquí estamos. A punto de celebrar una de esas cenas que todo el mundo critica pero que deja un hueco enorme cuando no se comparte. A punto de despedir lo que, en suma, no será más que otra semana de quejas, frío y soledades.
Y si el año que viene es peor, pues lo diremos: que puta mierda de año. Y punto. Nada de lamentos. Nada de creer que tiene que ser mejor por cojones. Que tenemos que conservar la salud o el trabajo. A la mierda la salud, queremos dinero. Dinero para destrozárnosla y para dejar el curro. Así que todo es otra mísera excusa más de perdedores. De quejicas llorones que lo que menos desean es mantenerse en forma porque saben que es transitorio- como el dinero- pero, además, genera menos alegrías: una medalla, unos análisis impecables, algunos días más de cordura…
Y eso: al que le ha tocado el Gordo, pues felicidades. No sé si se lo merecen o no (¿nos lo mereceríamos nosotros?), lo que está claro es que han tenido suerte. Y la suerte, al contrario del azar, es cuestión de talento, que decía Benavente.
Se les acabaron los yogures naturales sin azúcar de medianoche, la pieza de fruta a media mañana, el café descafeinado a partir de los cincuenta, los filetes sin sal y la gaseosa sin vino. A disfrutar, que son dos días. O cinco números, según cómo lo mires. ¡Salud!

martes, 21 de diciembre de 2010

Regreso inesperado.

Hace un año por estas fechas, después de una noche interminable de carreras arriba y abajo en el coche de una madre soltera keniata de familia rica venida a menos, conseguíamos llegar al aeropuerto de Nairobi cuatro o cinco horas antes de la salida del vuelo.
Nuestro recorrido por África empezó finales de octubre en la misma ciudad. Llegamos perdidos y sin nada previsto. Con la vaga idea de hacer un safari, pero sin saber lo que significaba ni cómo lo íbamos a poder organizar.
Salimos del aeropuerto andando con nuestros mochilones a la espalda, desoyendo las indicaciones del personal del aeropuerto que nos instaba a coger un taxi, porque nosotros queríamos ir en autobús.
Y, sin saber casi ni cómo, nos vimos metidos en un coche con dos negros camino a un lugar incierto.
La suerte quiso que no acabáramos en una cuneta, sino en una agencia de viajes de la que no nos querían dejar marchar sin antes haber contratado el safari dichoso.
Gracias a la cabezonería y las artes oratorias de mi canijo salimos de allí escoltados por un ciudadano keniata de metro noventa con unas manos más grandes que mi cabeza…
No inspiraba demasiada tranquilidad y, sin embargo, acabó resultando un tipo bastante agradable que alegó respetar nuestra libertad y derecho de decisión cuando le dijimos que queríamos buscar otro hostal y contratar otro safari.
Nunca puedes juzgar al prójimo por su apariencia.
Desde luego, en Brasil, si llegamos a bajar del avión así, nos veo metidos en plena favela negociando con la mafia para que no nos rajen la cara… Y soy bastante optimista al respecto.
Esa sería la primera de muchas aventuras africanas en un continente en el que lo primero que tienes que aprender es que si te dicen que no puedes bajar al lago porque hay una madre hipopótamo con sus crias que puede ser agresiva, no te están contando un chiste.

viernes, 17 de diciembre de 2010

"Según el rastreo de su móvil, se encontraba por la zona de Méndez Álvaro y Puente de Vallecas, en Madrid capital. Horas después, el hombre, de 35 años y sospechoso de la desaparición de su ex pareja, se colgaba en un paraje de San Lorenzo del Escorial"
ABC, Sección Nacional, 17 de diciembre de 2010.

Que no somos Leonardo Di Caprio ni Russell Crowe ya lo sabíamos. Ni Clooney o Matt Damon, por poner ejemplos actuales. Es más, ni siquiera el anti-espía que encarnaba Alfredo Landa en El Crack se acerca al grado máximo que un español puede alcanzar en su carrera de salvapatrias.
Pero de ahí a que en tres días nos bombardeen con noticias acompañadas de fotos a todo color de un monte plagado de guardias civiles- tricornio, corneta y rifle en ristre- rastreando (y valga la redundancia de la erre) los tristes matojos de una dehesa con rocío perenne en filas de a seis la desaparición de una mujer cuando salía de trabajar, y que como desenlace inesperado aparezca ahorcado- a los tres días- el último chico con la que se la vio, defendiendo en su final suspiro que él no tiene nada que ver en esto es, sin duda, una buena trama para cualquier novela policiaca, que descarta posibilidades pero abre un abanico nuevo de incógnitas.
Desde un punto de vista novelístico podría valer, si no fuera porque sabemos unos cuantos datos más, que en este caso ( y en tan sólo unas líneas) nos ha desvelado el narrador. A saber, que la policía sabía el paradero del chico a través de su móvil y que, para colmo, "horas más tarde" se lo "encontraron" (es decir, ni siquiera lo habían perseguido) en un lugar que dista, al menos, unos sesenta kilómetros.
¿Incorrección periodística?¿Inoperancia policial?¿Anacronismo benemérito?
En fin, señores, se nos olvidaba revelar el dato definitivo: la nación dobla anualmente su presupuesto en "fuerzas de seguridad" y reduce un 87% la plantilla educativa.
Que venga Carvalho y nos ayude.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Una opción más.


“Dios guarde a los que se adentren hoy en la gran ciénaga, ya que hasta las partes elevadas se están convirtiendo en un lodazal. Encontré el tormo negro, donde había visto al solitario vigilante, y desde su rugosa cima contemplé las melancólicas ondulaciones del terreno. Por su superficie rojiza se deslizaban torrentes de lluvia y el paisaje estaba cubierto de nubes bajas, de color pizarra que orlaban como una guirnalda las laderas de las fantásticas colinas”
El sabueso de los Baskerville, Arthur Conan Doyle.


Una pena que nuestra generación haya estudiado las descripciones con Platero y yo. Porque ahora no hay Cristo que soporte cada encabezado con esta retahíla de adjetivos. Que si alta literatura, que si clásicos… Si estamos acostumbrados a hojear los periódicos, a cliquear de un enlace a otro en internet, a leer sólo los pies de foto de las revistas o suplementos, ¿Cómo esperan que estemos en condiciones de acercarnos a Stendhal, por ejemplo?
Leer ha de ser una opción saludable. De nada sirve que se impongan unas lecturas por su peso histórico: quién sabe si en unas décadas El código Da Vinci se considere de culto, como fue La montaña mágica un best seller en su época.
Teniendo en cuenta los cambios actuales, el tiempo dedicado a la lectura, la forma fragmentaria de manosear un libro- intercalándolo entre salas de espera o estaciones de metro- el amplio alcance de la literatura en cualquier estrato o hasta la infinidad de novedades semanales y de publicaciones expuestas en librerías, bibliotecas, papelerías y hasta supermercados o gasolineras, es absurdo retroceder al estudio dedicado de un arte más o menos líquido. Sin embargo, que los planes de estudio combinen El Quijote a los quince y El niño del pijama de rayas a los dieciséis no tiene sentido alguno.
Puede que una solución posible sea marcar un patrón desde pequeños que, por lo menos, les haga tener cierto criterio a la hora de despreciar a Ken Follet o, por qué no, al prolífico Dickens.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Recuento.

Aunque sea día quince y carguemos sólo con la mitad de este mes interminable, que se las promete de familiar y risueño y no nos devuelve más que viento gélido, caras pálidas, días eternos de trabajo o multitudes al acecho del paquete que depositar en el repugnante árbol de navidad, estamos a nada de que cumplamos un año desde que volvimos. Para ser más exactos, tal día como hoy estábamos en la isla de Zanzíbar, posiblemente con dolor de tripa pero retozándonos en arena blanca y corales de colores.
Como nada es eterno (ni siquiera nuestra diarrea) regresamos de sorpresa y nos vinimos casi al instante a la calle Ercilla, cerquita del centro de Madrid. 
Desde entonces la vanidad ya ha hecho de las suyas y hemos tratado de rellenar este invento con aventuras autóctonas. Si hay algo productivo en todo esto, que le den las gracias- sobre todo- a la biblioteca municipal de Puerta de Toledo y a un videoclub de Alonso Martínez que me tiene esclavizado cada vez que quiero coger una película.
Y como aquí cabe de todo, damos pie a comentarios y recomendaciones de final de año, que para eso existe un calendario con meses de treinta, treinta y uno y hasta veintiocho días que no hay un Dios que lo entienda: si alguien tuvo los cojones de idear esos 365 días con cuatro horas y joderles la vida a los que nacieran el 29 de febrero (carnaza de programas de sobremesa y de cartas al director en revistas adolescentes), de marcar cada jornada con un santo y de hasta plantear cuaresmas, que ahora no se quejen de todas estas ridículas listas, efemérides y cronologías de las que somos presas los humanos.