viernes, 28 de enero de 2011

Soñar es gratis...

Por las mañanas, en Bancaja, entre teléfonos que suenan, teclas de ordenador, compañeros de desventura y tarjetas de acceso a pisos superiores, sueño despierta con un nuevo viaje. Sin fechas y aprovechando el dinero ahorrado.
Podríamos volar de Madrid a la Habana, de allí al DF, bajar toda centro y sudamérica hasta la Patagonia.
En Argentina buscar un vuelo a Sidney. Y desde Australia a Japón.
Imagino que volamos de Tokio a Hong Kong y pillamos billetes de tren para el Transiberiano. Atravesamos parte de China y Rusia y volvemos por tierra desde Moscú a Madrid...
Aunque visto en el mapa parece el marco perfecto para que pasado un tiempo desde nuestro regreso, volvamos a África.
¿Qué tal un Cairo - Ciudad del Cabo?

HAFA CAFÉ.

Estando en Nueva York Alberto me dijo que quería visitar el Chelsea Hotel. Desafortunadamente, era la primera vez que oía hablar de él. 
Fuimos, por supuesto... ¡Qué haces sino un mes paseando por las calles sin rumbo! 
Del lugar sólo recuerdo una entrada, bastante oscura... Y que enfrente había una sede la deYmca... No me pareció nada significativo a pesar de tener la vaga idea de que Warhol y su grupillo de chicas se movían en ese entorno. 
Hasta hace nada ignoraba que Arthur C. Clarke escribió "2001: Una odisea en el espacio" mientras permanecía en el Chelsea, y que es el lugar en el que Sid Vicious de los Sex Pistols pudo haber sido apuñalado a su novia, Nancy Spungen, cuando murió el 12 de octubre de 1978. Jack Kerouac y Tennessee Williams, también se encuentran entre la inacabable lista de huéspedes del hotel...
También desconocía que la cantante Patti Smith y el fotógrafo Robert Mapplethorpe vivieron allí, enamorados, mientras daban sus primeros pasos en el mundo del arte. 
De ambos trata el último libro de Patti Smith "Éramos unos niños", que es una de las lecturas más apasionantes y enriquecedoras que he tenido entre mis manos.
Mi ignorancia siempre me lleva a disfrutar tarde de los sitios que visito, aunque, al menos, pisarlos, despierta alguna remota inquietud en mi cabezota.
Lo mismo me ha ocurrido en Tánger.
De no ser por Alberto no sabría de la existencia del "Hafa Café" y de una canción que lleva el mismo nombre escrita por Aute. 
En la foto, de joven, disfrutando de las vistas...

La luna sobre Tánger
velaba la noche de Alá
cuando nos encontramos
en el cabaret del Chellah
Cruzamos las miradas,
te dije: "Salam alekom",
pero el recepcionista
nos dijo: "At this moment no room"...

Te recordé,
desnuda bajo el ciclo protector,
tomando té
adormecida sobre tu chador
cuando te amé
en las terrazas del Hafa Café
Hafa Café.

No había ningún taxi,
la Kasbah olía a el m'ra
y un par de policías
corrían tras Alí Babá.
Subimos monte arriba
por sendas de flores de azahar...
el Hafa, en la colina,
miraba, a lo lejos, el mar

El Hafa era un aroma
de cuero a la menta con hasch
en un rincón, Míck Jagger
te vio y su mirada fue un flash!
Se acerco a nuestra mesa
con ojos de vil seductor
y te cantó: "Marhaba,
We'll do it right here on the floor"


Hafa Café, Aute.

Pájaros azules.

La suerte de tener una amiga periodista es la información inigualable que te suministra sobre eventos culturales valencianos.
Sucedió el miércoles que, sin comerlo ni beberlo, y todavía adormilada después de una siesta de dos horas, fuimos al teatro a ver "Pájaros azules".
No pretendo hacer una reseña porque no sabría por dónde empezar pero sí decir que merece la pena el trabajo que ha hecho Bramant Teatre al adaptar a la escena un proyecto que no estaba diseñado a tal fin.
Combina de manera intimista retazos de ficción realista y sales convencido de la importancia del amor y de la generosidad en las relaciones humanas.
A pesar de que pueda sonar a La Casa de la Pradera queda bastante lejos porque trata la huída de dos hermanas tras el paso por su poblado en el norte de Afganistán de las tropas norteamericanas y, después, de los Talibán. Todo muy bien hilvanado con una puesta en escena interesante y guiños de comedia crítica por la presencia de una funcionaria que se encarga de ponernos a todos en nuestro sitio: el de burgueses acomodados que sólo nos miramos el ombligo.
Bravo.

Fnideq, existe.

Ceuta tiene un aire común a todas las ciudades que nacen a orillas del mar: paseo marítimo, barandillas y playas impolutas, con la peculiaridad de estar rebosante de gente que sólo te habla de los vecinos marroquíes para recordarte que no son de fiar. Estoy casi segura de que cualquiera al que le preguntes te dirá que no se ha adentrado demasiado en ese país y te pedirá cautela. Exigiendo desconfianza hacia estos hermanos de ojos negros que te dan las gracias con un escueto "SUCRAM".
Marruecos no parece África o, al menos, no el África del Kilimanjaro y del Serengeti. No es al África de los gorilas, el matoke y los bodaboda.
Paseando por las calles de Fnideq, a escasos cinco kilómetros de la frontera española, te das cuenta del daño que hace la ignorancia...
A las siete de la tarde ya era noche cerrada  y decidimos tomarnos un té (con hierbabuena y mucho azúcar). El bar estaba repleto de hombres viendo el fútbol y era la única mujer, sin embargo, nadie parecía darle importancia. Mientras leíamos se nos acercó un chico joven a pedir dinero. Le dijimos que no. En otras mesas cercanas sus compatriotas le dieron algunas monedas... Como siempre los que menos tienen son los que más lecciones nos tienen que dar.

miércoles, 26 de enero de 2011

"El Palentino", que no "El Palestino".

Nuestra relación empezó con una cervecita inocente justo antes de pasar a ver una obra en el teatro de al lado.  
El Palentino es el clásico barecillo español, con tres camareros canosos tras la barra y, eso sí, bastante lleno de gente. Me sentí cómoda, sin más.
Transcurrido un tiempo acudimos a otra obra de teatro. Como llovía y faltaba media hora decidimos entrar.
Me fijé en la barra: metálica con ondulaciones. Mesitas chapadas de madera sacadas del Cuéntame, espejos y más cañas. El camarero jefe, que es de Palencia (se nota que es el jefe porque es el más decimonónico), domina la barra con discreción, envuelto en un savoir-faire de corte serio y eficaz. Cañas servidas con maestría y una memoria de elefante desarrollada tras años de subyugar al cotarro desde su trono metálico de tintes añejos.
Parece que ejecute un baile sublime digno de Natalie Portman en Black Swan, pero sin esquizofrenia, supongo.
Supongo también que es un lugar que a poco te pares a respirarlo te conquista.
Nacida para vivir acodada en la barra del Palentino. Ese sería un estado ideal... Aunque podría abocar a la beodez indiscriminada, sobre todo porque cuando cae la noche el bar de cañas se transforma en tugurio de copazos donde te atienden igual de rápido, pero a un precio escalofriantemente bajo. No importa que pidas Habana de tres o de siete años. Los cubatas son a tres euros.
De una noche allí sólo recuerdo verme sentada junto a una pareja Española-Mejicano que habían decidido dejarlo todo por amor. Y yo, acodada (para no caerme) en la misma barra ondulada, pude darles mi más completa bendición y creo que les pasé hasta el número de fax del trabajo de mi prima… (Disculpa Elena). Que también se enamoró de un mejicano.
Este es un razonamiento muy propio de momentos semejantes.
A mi prima le ha ido bien. Ya van a por el segundo retoño… Una Karla, con “K”, a la que esperamos para dentro de dos semanas, con ilusión, mucha.
Deberíamos bautizarla en el Palentino, con un Habana, y después hacer el convite en el Boñar. Pero ese es otro capítulo.

miércoles, 19 de enero de 2011

Verde.

A veces pasa. Llevas toda tu vida viviendo en la misma ciudad y has interiorizado hasta tal punto el número de paradas en los trayectos que te levantas inconsciente del asiento sin ni siquiera oir la megafonía. Tienes el tiempo calculado, la armónica de fondo asimilada, los empujones asumidos y el recorrido de salida aprendido.
Nos movemos sin dedicarle ni una sola mirada a lo que hay a nuestro alrededor cuando se podría hacer toda una sociología en una radial de la ciudad.
Y ahora, después de varios años bajo la dictadura de la línea gris, un trazo verde me marca el camino. Una enrevesada coraza de serpiente que circula entre el archiélago madrileño de calles y plazas sin nombre me escupe cada mañana en un polígono industrial desconocido y me acerca a un mundo nuevo.
Nuevo, hasta que me entre nostalgia de los andenes centrales de la azul o de las baldosas ennegrecidas de la roja. Melancólicos somos, me temo.

miércoles, 12 de enero de 2011

El palestino, de Antonio Salas.

Estudió árabe... Entrenó junto a las FARC... Se hizo íntimo del mayor terrorista del mundo...
Con referencias así y una portada que recuerda a los libros olvidados por mochileros en los hostales juveniles del sudeste asiático no te puedes esperar ni mucho ni poco: sencillamente, no engaña.
Que un libro no engañe es- en cierto modo- una buena señal. Nadie compra en los kioskos un libro de Bucay esperando encontrar una intriga detallada y de género que destripe las sombras del ser humano. Nadie adquiere un ejemplar de novelistas nórdicos esperando fábulas con las que replantearse su vida de estación en estación. Nadie pide un ejemplar de Bukowski esperando devolverlo y nadie porta un membrillo de dos kilos sin intención de tirar la mitad.
Este periodista con seudónimo, antaño relacionado con las truculentas cámaras ocultas de elmundo.tv y especialista en productos televisivos de medianoche, escribe casi setecientas páginas de una investigación que presuntamente le ha llevado seis años.
Esta estructurado de forma cronológica, según el calendario occidental o romano y el musulmán (que, puestos a echarse el pegote, a mí me la pica):empieza de forma atractiva con la preparación, la documentación y los primeros acercamientos a sus lugares de actuación. Más tarde, introduce referencias a obras anteriores y mezcla la investigación con sus avatares cotidianos (que, repito, a mí me la bufa). De repente, cuando ya hemos perdido el hilo de páginas (¿200, 300?) se retuerce en una espiral que transita entre sus idas y venidas, el autobombo continuo y los datos excesivos con adjetivos tendenciosos.
Como formato televisivo resulta curioso, aunque visto uno y leído lo otro, uno se da cuenta de que el sistema de los fundidos no es sólo una técnica audiovisual, sino que también la utiliza de forma literaria: cada capítulo, cada apartado o cada negrita parecen cortados a golpe de mezclador. Exhibe sus lecturas con digresiones que, de nuevo, nos la soplan. Se enreda en una trama internacional pero queda como una investigación desperdigada en pequeñas islas. Imprime una fotos que, salvando las sacadas de grabaciones clandestinas, podrían pertenecer al Facebook de un adolescente.
Al final te quedas con unas cuantas anécdotas, con un poso más o menos duradero (igual de duradero que puede ser el recuerdo del vídeo "Se va, se va por el barranquillo" de Videos de Primera), con pocas sensaciones y, al menos, con una imagen mucho menos partidista que la producción de Antena 3, completamente antichavista y secular.
Me permito una recomendación: conviene alternarlo con otra lectura (revista Hola, diario Marca...) si es tu única opción en el lugar de veraneo.

lunes, 10 de enero de 2011

Regreso.

Mi abuela tenía comportamientos paradójicos: comentaba las últimas noticias de explosiones por fugas de gas mientras dejaba que éste corriese por los hornillos de la cocina y ella buscaba la caja de cerillas (o fósforos, que es una palabra que aprendimos con el cuento de "La niña de los fósforos" y que no se utiliza para nada) antes de acercar la llama; también me narraba la forma de las quemaduras de su vecina al reventarse la bolsa de agua caliente mientras apoltronaba su pesado cuerpo en una desgastada bolsa rosa conmigo pegado a su cuerpo en un mismo colchón: normal que durmiese cagadito de miedo desafiando al inevitable destino del trasplante de piel nalga-brazo.
Corren tiempos fríos y el fuego, el calor, las brasas, son un espejismo. No obstante, regresamos con una buena dosis de playa, montaña y carretera para empezar el año: baños a bocajarro en el Estrecho o bajo el cauce deshilachado de una cascada que, no sé por qué, en su día disfrutamos entre palabras árabes y con la impresión (no sé si verdadera) de que se llamaba "La cabeza del gigante". Nos gusta ponerle nombre a los sitios, en suma.
Y esta vez, redescubrimiento de lugares, disfrute y esperas. Un gran viaje en un tiempo corto. Un viaje de contrastes: callejones arqueados frente a amplias avenidas; tenderos cercanos frente a muchedumbre pasajera; tés con hierbabuena frente a vino con bravas. Una amplia brecha en un estrecho de corrientes.
Y, como corolario, apoyar las propuestas de una firma que sale los martes en nuestro vecino "El silencio sonoro". La última, Mi tío Oswald, es un buen ejemplo. Lo peor, esa portada chillona y hortera que invita al folio en blanco para poder leerlo en público.
Vuelta al café, al metro y las películas de videoclub.