miércoles, 15 de junio de 2011

Donde pongo la vida...











Donde pongo la vida pongo el fuego
de mi pasión volcada y sin salida.
Donde tengo el amor, toco la herida.
Donde dejo la fe, me pongo en juego.
Pongo en juego mi vida, y pierdo, y luego
vuelvo a empezar, sin vida, otra partida.
Perdida la de ayer, la de hoy perdida,
no me doy por vencido, y sigo, y juego.

Juego lo que me queda: un resto de esperanza.
Al siempre va. Mantengo mi postura.
Si sale nunca, la esperanza es muerte.
Si sale amor, la primavera avanza.
Pero nunca o amor, mi fe segura:
jamás o llanto, pero mi fe fuerte.

Ángel González

Cabeza de turco vs El palestino

"Yo no era un turco auténtico, eso es cierto. Pero hay que enmascararse para desenmascarar a la sociedad, hay que engañar y fingir para averiguar la verdad"

Günter Wallraff no es un pseudónimo. Antonio Salas sí. A él no le van a perseguir por enmascararse para desvelar algunos rincones de la realidad. Su prosa es periodística y prosaica. Transcribe conversaciones y nos introduce en la normalidad de la gente como algo oscuro, tenebroso, de rencores, racismo y tirria hacia el extranjero. Algo fácilmente reconocible treinta años más tarde, por otra parte.
Antonio Salas busca el best-seller. Para leer sus libros has de ver las cámaras ocultas, leer sus comentarios del blog y preguntar a sus amantes. Su estilo es entre popular y enciclopédico, como un reportaje sazonado con cortapegas de Encarta.
Günter Wallraff, aun así, ha conseguido cansarme un poco. En apenas 200 páginas repite una y otra vez todo lo malo que le puede pasar a un turco en la alemania capitalista previa a la caída del muro. Vendedor de hamburguesas, cobaya de vacunas, limpia letrinas...
Una aproximación inicial al mundillo de este "periodista indeseado" que, al menos, parece tomarse más en serio que el mediático Salas.

martes, 7 de junio de 2011

Vida de Pablo vs Nada es crucial

"Quizá yo también, además de nuevo viejo, sea determinista, pero estas conversaciones existenciales sobre la libertad y el error se dan casi siempre entre gente desarraigada como nosotros, carne de precariedad laboral"

Carlos Pardo nació en 1975. Pablo Gutiérrez también. Ambos son los típicos escritores jóvenes que- será por envidia- nos caen un poquito mal porque escriben bien. Ambos se mueven por el rollito de la periferia, de los escritores menores de cuarenta años que son promesas y ambos escriben novelas generacionales.
Si Nada es crucial habla de extrarradio y niños desarrapados que tienen que hacer su vida al margen de la escolarización y entre restos de papel plata, Vida de Pablo es- en realidad- la vida de Carlos. La vida, sí, del autor, contada a través de otros, como hacemos todos cuando citamos o hablamos de algún colega.
El caso es que esta fórmula le permite cambiar de personaje sin aburrir con el principal: él. Y pasar a un segundo plano la historia de amor. Lo importante: se lee de un tirón. Es creíble aunque chirríe a ratos el rollo de poetas fumando porrros en una playa del sur. Más cinematográfica y menos narrativa que Nada es crucial, me quedo con recuerdos de imágenes, de secuencias, y me olvido de sus frases o de sus personajes. De Nada es crucial me quedo con ellos. Y con algo un poco más perdurable.

lunes, 6 de junio de 2011

Anticristo/Carancho

Hay películas que ves con tal sensación de apatía que te terminan gustando. Me ha pasado con Anticristo, la última creación del controvertido Lars Von Trier. No es nada difícil de ver y las acusaciones de sangrienta o desagradable sólo son ciertos a medias.
Por encima de eso, la peli habla de la culpa y, sobre todo, de la locura. Puede gustarte o considerarse una estupidez suprema. La verdad. Yo defiendo las dos posturas pero, por lo menos, alabo que una hora y media sea una hora y media y no cinco, como algunos rollos con vocación artística.

Carancho, sin embargo, me ha defraudado. Pablo Trapero, hasta ahora, había conseguido con Leonera y Mundo Grúa acercarse a lo social sin maniqueismos baratos y siendo fiel a mostrar la naturaleza humana sin melodramas. En esta, sin embargo, con un siempre solvente Ricardo Darín y una Martina Durán poco creible, crea una intriga poco intrigante y plana, en la que entres y sales con la misma fibra.