jueves, 2 de agosto de 2012

La hoguera de la cultura

"Con niños no vas a poder ver tantas pelis ni leer cuando te dé la gana", me soltó ayer Celia en un ataque de ira post- Drive. En cierto modo, llevaba razón. Acabábamos de pasar dos días viendo deuvedés de videoclub y teníamos las 48 horas de margen estrechando cada vez más el cerco de nuestro propio gollete. Para poner un ejemplo, encadenamos tan futilmente Declaración de Guerra con El topo que a las dos horas no sabíamos si una trataba de espías con problemas matrimoniales o de niños enfermos en plena guerra fría.


Rápidamente, dejando de lado la cabellera rubia de Carey Mulligan y las strippers del local de alterne, me puse serio y le respondí algo así como: "No te preocupes, cuando tengamos una buena camada de retoños intentaré cumplir con mis obligaciones paternales y dejaré de lado mis aficiones estúpidas". Aunque reconozco que me acordé algunos segundos de la imagen de esa misma mañana en el tren:



El mayor leía 1Q84 de Murakami en francés. El menor dormía a su lado, intentando que las letras traspasasen las páginas y le llegara algo. A lo Oliver Aton con el balón de fútbol debajo de la almohada.

El caso es que había sido un fin de semana de locura. Yo respeté mi sauna diaria escoltado por Álex, que me dejaba en la puerta de su urbanización sin previo aviso y me decía "en media hora te recojo". Reconozco que pasé algo de temor y que me puse a ojear los semanales atrasados. Uno era de los juegos olímpicos y lo pasé como un álbum de cromos. El otro tenía artículos chispeantes como el de Roncagliolo, que explicaba el tipo de hombres que le gustan a las mujeres y reconocía que quedan pocas mujeres como las de Houllebecq, "que pueden masturbarte como profesionales mientras te hablan de filosofía contemporánea".

Luego había un reportaje sobre Miguel Bosé que parecía que era sobre Tino Casal.  Y, al final, regresé al blog impreso llamado La hoguera del capital, de Vicente Verdú, y me pregunté: "¿cuánto tiempo le durarán las peroratas sobre el capitalismo de ficción?", aunque reconocí que tenía cosas chulas e historietas que puedes utilizar en conversaciones de botellón.

Ayer, por la tarde, Celia llevó las películas al videoclub y le tocó pagar dos euros de multa. A mí no me importó demasiado porque hice eso tan rastrero y complaciente como es comparar:

"Bueno", le dije cariñosamente, "hemos visto tres películas por el precio de una entrada de cine". A lo que ella me respondió: "Sí, como si las hubiéramos visto igual", enfadada y con el mono de pillar otras tres más. A mí me dieron ganas de tirar todo a una hoguera conjunta de la cultura y acudir al desván de las cosas sin recargo, como una buena sauna en el piso de Álex.