miércoles, 5 de septiembre de 2012

Mordiscos.

Ayer soñé que en El Cisne, tienda antológica de Las Matas, me atendía Rosendo y que, al pedir el periódico, me regalaba un disco suyo. La historia no se quedó allí. Poco rato después, bajé al garaje y el portero me dijo "¿Qué pasa, majete?" y yo le respondí "que no todo el que saca mete".
 
Lejos de ese intercambio tácito de letras carabancheleras y fuera de sentido, el ingreso al curro sin haber tenido vacaciones, pero con un fin de semana largo en Madrid, fue natural. Allí, el viernes me encontré con compañeros de beca. Me encontré con Elsa, que me dijo que en unas horas se iba a Grecia: "¿Qué, ya te han dicho que suplas a Enric González?", pensé. Al día siguiente me tomé un café en un bar que me costó 1,50. Como me pareció exagerado para Lavapiés decidí quedarme con el Babelia, que estaba encima de la barra. Esa misma mañana, además, Toni me había advertido: "Quillo, la entrevista con De Lillo es buenísima" (y, por si acaso, sí: el "quillo" es inventado, pero rima con el apellido del autor norteamericano) . No me dio tiempo a leerla porque fui corriendo a ver a Néstor en la puerta del Thyssen. Cuándo me vio venir con el Babelia y sin prestar atención a la hinchada del Atleti en Neptuno me dijo: "Coño, ya estás con el babelio", y no me atreví a contestarle que un vicio poco confesable que había descubierto hace poco era leer algunos artículos directamente en el servidor. Un riesgo que me costó un susto al ver que el artículo de Muñoz Molina venía en la página tres y que no había índice. Por momentos me acojoné. Después vi que era el nuevo formato del suplemento para darle gracia.

Esa noche nos juntamos con mi hermano en San Sebastián de los Reyes. Iba en bermudas y chanclas. Lo ideal para un concierto. Viendo al Jhonny Cifuentes de Burning moverse en el escenario, Néstor se giró y me preguntó: "¿estás seguro de que tú quieres ser así de mayor?".
La pregunta no estaba muy desviada. De hecho, unas semanas antes llegaba desde la playa a una entrevista y, sin darme cuenta, me puse una camiseta y un pantalón negro, que parecía Travolta en gris. En un momento dado, me dieron ganas de pisar un cigarrillo enfrente del entrevistado y ponerme a preguntarle agitando las manos. No lo hice, pero continué con esa pinta. El otro día iba más o menos al mismo sitio y por no encasillarme me puse una camisa tan blanca de manga larga que parecía Farruquito.



Y viene al caso porque, entre tanto trayecto, he ido masticando algunos alimentos frecos y vitaminados de los que aconsejan en verano. El primero fue Reconstrucción, de Orejudo, que compaginé con El hacedor de Borges (remake), de Agustín Fernández Mallo. Más tarde, en la estela de seguir dando mordiscos de no más de 200 páginas, me pillé Correr, de Jean Echenoz, y El último encuentro, de Marai.

Altramuces con poca piel para asegurarme de que no me pilla el toro con un libro a medias. Por si acaso. También, quizás, porque se me ha juntado con las recuperaciones de septiembre. Tal es así, que después de todo este periplo por la capital y de encontrarme con Toni en Valencia, subí a casa y no me acordaba de que Celia tenía que estudiar, como siempre. Estaba tan concentrada y había sacado tanto material escondido que tuve que llamar a mi compañera Tania para que le hiciera una foto: