miércoles, 21 de noviembre de 2012

Colesterol literario.

El lunes me levanté temprano y di con la clave del fin del periodismo. Como está tan en boga y en blogs, teles y radios no hacen más que hablar del tema, preferí callarme. Eso sí, no pude resistirme a releer mi gran hallazgo: ¡7,40 por dos manzanillas! ¡Joder, así yo también digo que el papel no es rentable! No es que no sea rentable, es que es una ruina hasta para Murdoch. Es más, acabábamos de volver de Madrid y veníamos mosqueados porque la última ronda daba a 1,30 la caña. Casi el doble de lo que nos salió despedir la soltería de mi hermano en un bar con clase como este:
 

Ahí dentro sí que había honradez y trabajo. Y no como los trepillas de Curtidores, que aprovechan las horas fuertes del domingo para clavarte por una de sardinas. El el Bar Cascorro, los nuevos dueños pequineses no han tocado ni un número del menú a pesar de la subida del IVA, la inflación en el precio de las materias primas o el encarecimiento del petróleo. Nada. Ahí siguen, a cuatro euros la copa con dos hielos, güisqui hasta la mitad del vaso y una lata de 33 centilitros para que combines a tu gusto. Esto sí que es ser emprendedor y no montarte una organizadora de eventos, coño.

Antes de esa mañana de caras rosadas y gitanas vendiendo bragas pasamos la noche viendo pelis. Durante la elección, mi hermano y Noemí no hacían más que poner excusas para dar con la que más les apetecía:
- En blanco y negro no, que nos quedamos dormidos, alegaba Noemí.
- Musical ni de coña que nos aburrimos y Noe se duerme, añadía mi hermano.
- Esta la he visto tres veces y prefiero dormir a verla de nuevo, comentaba algo más caldeada Noemí.

Al final elegimos United 93, una de suspense y catástrofes, actual, en color y con subtítulos en castellano. Todo encajaba. Según la pusimos, Noemí nos la destripó con un ingenuo "Ah, esta es la del tercer avión del 11-S, ese que..." y nos narró en los primeros veinte minutos todo lo que iba a pasar. Acto seguido empezó a mostrar una intermitencia de parpadeo sospechosa hasta que se quedó frita. Al lado, mi hermano, que había dejado de hablar desde hace tiempo, seguía sus pasos. Ambos se escondían bajo una manta colorida, como se puede ver -difícilmente- en la foto:

Terminamos Celia y yo, como búhos, viendo un capítulo de Hung y despidiéndonos entre susurros. Al volver a Valencia, deshice la maleta y dejé las cosas en el sitio indicado. Cargaba el libro de memorias de Christopher Hitchens, Hitch-22, y le tocó la mesita de noche, cada vez más cargada de material. Tanto, que dentro de poco voy a tener que hacer un puente para apagar la luz sin espabilarme ni provocarme una luxación cervical. Entre esos espacio predeterminados está el baño. Allí amora actualmente un libro que Toni se resistía a prestarme, Irse a Madrid, de Manuel Jabois:

Cuando lo cogí de su torre de ediciones agrietadas de bolsillo, juraría que me dijo con cara de preocupación: "Cuídalo, que es una joyita".
Entre todo este alborozo literario recordé las palabras de Rafael Reig y dediqué el día de huelga para engullir La vida imaginaria, de Mara Torres. Reig dice que lee de todo del mismo modo que come de todo. Un día se mete un jabugo y otro, salami. A veces le da al Chivas y otras a los zumos Día. Puede pedir una ensalada orgánica y degustarla placenteramente o devorar una canasta de pollo del Kentucky. "Leer solo clásicos es ser un vegetariano de la literatura", considera. Yo, en mi día libre, busqué una buena hamburguesa del McDonalds y me la zampé sin pestañear. La verdad es que me gustó más de lo que esperaba y aún lo recuerdo una semana después, lo que es mucho pedir.
Con este intento continuo de dejar cada cosa en su lugar, encontré el último disco de Loquillo fuera de la estantería destinada a la música. Estaba en un pequeño altar dedicado a Buda, las conchas del Pacífico o del Índico, y a una piedra decorada con colores chillones.
Me resistí a cambiarlo y llamé a Toni, que, a eso de la una del mediodía, me dijo: "Voy a ver si tomo un café, que tengo el estómago vacío. Solo cigarros". Aún así, en su montón improvisado del salón y en los análisis de sangre los resultados le salen perfectos y le felicitan por sus niveles de colesterol, al muy cabrón.