jueves, 11 de octubre de 2012

Perfumes de mujer.

La llegada a Nicaragua estuvo marcada por dos objetos bien fungibles: un cedé de Carlos Mejía Godoy y un nacatamal a primera hora de la mañana que a más de uno nos revolvió el estómago. De entrada. Luego hubo otras cosas: saludos, visitas a varias ciudades en un tiempo imposible y lecturas interrumpidas. Si queremos ir por partes, lo más propio es acertar a poner alguna de las diez mil fotos que nos hicimos desde que pisamos la estación de Managua. Un ejemplo rápido:


Si creíamos que se nos habían acabado las horas de asiento acolchado no podíamos estar más perdidos. La primera noche, en un bar que resultó ser un fast food de frijoles acompañado por la música de un trovador, se sacó el pastel y se repartió al por mayor: "Mañana, Granada. Pasado, León; y si nos da tiempo al otro, Massaya". Así lo resolvió Bayardo. Nosotros, por no parecer maleducados ni conquistadores dijimos que sí a todo sin saber que las pretensiones se equivalían a venir un fin de semana a España y ver (en autobús) Madrid, Sevilla y Salamanca.

Pero resistimos. Celia acompañaba más al grupo en los cánticos y gritos del grupo. Yo intentaba aislarme de vez en cuando en alguna lectura ligera, pero era incapaz:

Todos acabábamos en bloque. Algunos, incluso, eran tan conscientes de nuestro volumen que en los autobuses ayudaban a subir a la gente. Como Bayardo, que, con medio cuerpo fuera y la mejilla pegada a tres señores, se atrevía a decir "En el fondo hay sitio. No se corten". Una técnica muy utilizada que Karen tradujo en "Potense, que llevan ropa". Dijo que era lo que decían en El Salvador, sin poder contrastarlo con los provenientes de aquel país: Iris, sus padres y Vickry. Roberto, el padre, dedicaba el día a buscar música de la revolución y a intentar que viéramos El dictador y la comentásemos, algo que fue imposible después de que Celia se propusiese hacer una paella para quince.


Al acabar la ruta nos juntamos con Pablo y Patri cerca de la frontera con Costa Rica y pillamos un coche. Como solo llevábamos a Carlos Mejía, Pablo acabó cantando (con acento) "Son tus perfumes mujer, los que me suliveyan" -que nadie sabe bien lo que quiere decir y que, según sostiene una teoría lingüística de la Universidad de Zaragoza, se aproxima a "solviar": es decir, lo mismo-. No contento con esa matraca, añadía "tus ojos son de colibrí, ¡ay, cómo me aletean!". Por eso acabamos todos con cara de locos. Parando en las cunetas y pidiendo sopa de marisco. Eso, si queremos, además, ponerle un broche descolocado para unos días serenos:


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