lunes, 26 de abril de 2010

Hazle pasar.


Eso es lo que dicen los detectives apostados en el respaldo de su silla giratoria cada vez que sus secretrarias anuncian un nuevo cliente. Hazle pasar. Y entonces recogen el tabaco, colocan el papel entre los dedos y retiran las hebras para hacerse un cigarrillo en el tiempo exacto para que el visitante le prenda fuego. Hazle pasar. No importa que sea Lauren Bacall o Mary Astor. Que sea en un apartamento de la Quinta Avenida o en una oficina de la bahía de San Francisco.
Y te das cuenta de que al que ha dado permiso para que pase es, precisamente, a ti. Aunque no tengas voz de mujer fatal ni camines con tacones como si estuvieras en la cuerda floja.
Ya estás ahí. En medio de un despacho donde lo normal va a ser un asesinato extraño, un cómplice fugitivo, una mujer enamorada y una sociedad enferma.
Bienvenido: no vas a poder escapar hasta que cierres el libro, horas más tarde.
Y hasta pronto, que el adiós es demasiado largo para arriesgarse a decirlo.

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