sábado, 1 de agosto de 2009

Parque de atracciones americano

Manuel Vicent habla de hoteles con fastasmas.
De lugares dónde el lujo es algo oculto y su
encanto radica en lo que cada uno va persiguiendo,
ya sea la estela de figuras literarias que fumaron
bocarriba con un cenicero en el pecho o el sudor
de trompetistas emapados en alcohol y perfume.
Tal objetivo es, aquí, un imposible. En primer lugar,
porque el material con el que se forjaban nuestros
sueNos según las películas en blanco y negro no
son- ni más ni menos- que contrachapado adecentado
con sobrecarga de voltios.Los jardines igualados al
milímetro con mecedora en el soportal, los coches
brillantes que dormitan bajo el aro de una canasta
de baloncesto,los restaurantes de carretera con
bolsas de papel y pajitas selladas: toda esta
parafernalia higienizada y acartonada es lo que
te encuentras viajando por este país.
Ningún tipo de aliciente. Ningún exotismo. Ningún tipo de
originalidad o carga histórica. Nada. Lo único que puede
resultar un poco emocionante es ser el protagonista
continuo de una eterna película. Porque todo aquí es
impostura.
Escenarios fijos que sirven de platós temporales para
alimentar el insaciable hambre de patria. Porque los
estadounidenses no sólo han ido imponiendo sus costumbres
por todo el planeta, sino que además se vuelcan
para perpetuarlas en sus calles.
Afortunadamente, esta ficción convertida en realidad
tiene sus excepciones, y dentro de este circo
sobresalen figuras que han revolucionado la música,
la literatura o el cine.
En Memphis todo está organizado en torno a Elvis.
Dudo que no se utilicen triquiNuelas parecidas
en otros lugares con alguna representación
importante para aumentar la cuota de ingresos a costa
de turistas deseosos de apilar carpetas con etiquetas
de fechas veraniegas.
Sin embargo, el legado intenta ser respetado
y valorado según su aportación a eso tan genérico
llamado humanidad. Aquí lo único que cuenta es la
cantidad de dinero que pueda lograr. El número de
camisetas y objetos inservibles que se puedan fabricar y
los consecuentes puestos de trabajo insulsos
que pueda crear.
Un gran parque de atracciones que conlleva: combustible
desperdiciado, producción desmesurada e inútil
y mentes adocenadas.
Por eso, no merece ni un programa de intercambio
para que el hijo o la hija practiquen su inglés,
ni una temporada de trabajo poco remunerado a cambio
de experiencia ni un verano malgastado entre
ciudades sin gracia alguna.
Menos mal que nuestra opciones están abiertas y que
éste no es nuestro último destino.

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