lunes, 26 de marzo de 2012

Decepción en Torres Torres.

Cuando de viajes se trata, a veces olvidamos las pequeñas escapadas diarias. Solemos creer que colgar una foto con elefantes es mucho más impactante que mostrar un picnic en el parque de al lado de casa. Igual que perdemos perspectiva de lo que es nuevo o de lo que no se ajusta a nuestros parámetros eurooccidentales cuando llevamos mucho tiempo fuera de casa, apreciamos más cualquier frugalidad momentánea cuando nuestros sucesivos días se convierten en yuxtapuestos.
Ayer cogimos cuatro cosas y nos fuimos Álex, Rafa y Olga a dar un paseo por la sierra Calderona, en Valencia. Celia se quedó estudiando, pero acabó comiendo arroz, como nosotros (aunque eso es otra historia). Ya en el coche se iba perfilando el tono de la jornada:

Álex: Ye, canijo, ¿cómo dudaste en planear una paella?


En realidad, lo que habíamos planeado era una caminata. Una excursión que nos llevó a lo alto de uno de los picos de la sierra de Castellón y que, por culpa del sol, no podéis ver con demasiada nitidez en la foto de al lado.

Álex: Si lo sé me traigo la cámara. Canijo, la blackberry qué hace, ¿fotos o pictogramas?

Ante semejantes cuestiones, me limité a subir y bajar peñascos. Un trámite que realizamos por inercia sabiendo que abajo, en Torres Torres, nos esperaba una paella. Así que tardamos lo menos posible (al final ya estuvimos nuestras cuatro horas) y esperamos al arroz con un revuelto de cacahuetes que Rafa cogió de un plato de sobras de la barra. La dueña, amiga suya, se compadeció y tardó lo menos posible en traernos esto:
La botella de agua del fondo es puro atrezzo. En realidad, nos la puso un mendigo que pasaba por la calle. Nosotros no le hicimos mucho caso y seguimos a lo nuestro. Esto es, comiendo de la sartén y pasando los higadillos del conejo de un lado a otro sin que nadie picara.
Después llegó el postre, y como nadie quería pasamos a los digestivos. Digestivo en portugués es un licor que te atraviesa el estómago. Para nosotros es café o, en su lugar, poleo y manzanilla.
Esa fue la opción. Lo que pasa es que la menta no refrescaba demasiado y decidimos rehogarla con un poco de anís. Como el anís se pegaba al paladar, Álex y Olga pidieron gintónics. Nos pusimos a jugar al dominó y a las cartas y los del bar nos dijeron que cerraban a las nueve (por si acaso). En la siguiente foto intenté pillar a los tres, parapetados tras sus fichas de dominó, pero solo cogí a Rafa y Álex:
Rafa amarraba su anís y Álex y Olga apuraban el pacharán. Yo, sin darme cuenta, enseño mi jugada. Total, no importa porque al final siempre era Álex el que me fastidiaba el juego cuando tenía todas las de ganar. Del dominó pasamos a la escoba y a burro, dos clásicos juveniles que salvan cualquier tarde. Álex seguía en sus trece, sumando sotas con caballos y dejando que la otra pareja se llevara todos los oros. Yo le dije:"Ah, ¡te la han colado, tonto!" y él me dijo "¿a que te vuelves a Valencia andando?" así que me callé y le dije que muy bien a todas sus jugadas, aunque cantara burro con dos reyes y dos caballos.
A eso de las ocho recogimos el chiringuito y nos subimos al castillo a ver el atardecer. Cuando fuimos a pedir la cuenta, la mujer hizo cálculos in situ con la calculadora, nos dijo la cantidad y sin papeles ni nada nos dijo: "¿Nada más?".
Nuestro gozo, latente y vibrante, se extenuó por esa pequeña decepción, la de dejar a la pobra dueña con ganas de que cerráramos el bar. Cuando volví a casa, Celia aún estudiaba en casa de una amiga y yo me tomé cereales viendo los resultados electorales:¿hay algo más definitorio para acabar la semana?

jueves, 15 de marzo de 2012

Marrakech, una huida.

El título de un libro de García Fajardo sirve para introducir esta entrada por dos razones. Una, porque en aquella presentación en el Chaminade a la que me llevó mi hermano, el Jorge G. Palomo de En fuera de juego, empecé a aprender a tomar notas. Unas lecciones que aún calculo cada vez que voy a un acto. Con un "¿qué haces?", mi hermano agarró la carpeta y el folio y empezó a apuntar frases como "El gran secreto es que no hay secreto", de Lao Tsé; o "Hay que brindar un corazón a la escucha", que el propio autor nos regaló en esa mezcla de poesía y prosa que utiliza también (por lo que he podido ver en Google reader) en sus libros y que hoy, unos diez años más tarde, aún recuerdo.

En fin, que esa huida del título, ese lugar misterioso donde el alma humana se fundía con la naturaleza y donde Fajardo, algo sensible, encontraba la paz del mundo occidental en el que repartía (no sé si lo sigue haciendo) bocatas entre sintecho y publicaba la revista Solidarios con muchos colorines étnicos, fue la misma que hicimos nosotros a principios de enero.

Como el imperativo ahora es que aquí sólo aparezcan viajes o libros o pelis o conciertos (tela, cómo se ha puesto la jefa de solemne), pues allá vamos con este trayecto largo en poco tiempo que nos llevó desde Casablanca hasta más lejos de Zagora, en el Sáhara.

Como nos quedamos sin fotos por un timo moruno (y una tacañería mateña) en el Zoco de Casablanca, sólo tenemos cuatro o cinco sacadas desde el móvil. Como la de la derecha, en la estación de Casablanca esperando el tren al aeropuerto.

Una huida que nos llevó desde la multitud de la plaza Dja El Fnaa hasta la infinitud del desierto sin que por cambiar de paisajes modificáramos nuestros hábitos: Celia no se atrevía a ir a la letrina del campamento por si había serpientes, yo me empeñé en hacer hammams o sauna marroquíes día sí día no, continuamos sin perdonar el desayuno largo de huevos, queso y aceite de la montaña acompañado de té o café, según las expectativas de acción (Celia, dormitar bajo el sol abrasador y dar un paseo por las dunas como si fuera el parque de Viveros, yo, echar una pachanga de fútbol y tirarme en tabla por la arena como si estuviera en la Plaza de Las Matas).
 
Y entre estas cositas sin importancia, aprovechamos para pillar pelis de descargas ilegales y apurar libros de la biblioteca (también es mala leche, tener una estantería llena y llevarse a estropear los de la biblioteca, pero en fin...). Vimos Blackthorn junto a dos marroquíes que nos acogieron, Crazy, stupid, love y alguna más que no recuerdo. Nos trituramos como pudimos El cielo protector de Bowles, que puede acompañar al que busque la tranquilidad o enervar al menos pintado por su inacción.
Y, por fin, compartimos De vidas ajenas, de Carrère, en los ratos que a Celia no le daba por leer, tal que así:
Yo intenté que no me afectara. Me hice el sueco todo lo que pude. Me llevé a Alberto Olmos, amontoné Babelias y suplementos hasta que estaban más que subrayados. Evité cualquier provocación y suspiré más de una vez hasta que por fin pude ponerme serio, marcar una buena pauta de lectura y silencio y dedicarme a esto:

No fue fácil, lo reconozco. Pero qué mejor que contarlo aquí, en este espacio de instrucción y deleite, para que veáis lo que se sufre en los viajes. Tanto, que en unas semanas Celia quiere volver. Yo ni me niego ni la entusiasmo demasiado, por si acaso. Que, a la que me despisto, me tiene arrinconado en un vagón, compartiendo libro y cascos de música que no paran de resbalarse de la oreja y limitándome los cafés por si me excito demasiado. Encima.

viernes, 2 de marzo de 2012

Amaneceres en combate

Existir, existen, como las meigas, toda una serie de pequeños trucos que consiguen que tu día a día, en principio rutinario y repleto de pequeñas miserias, sea más feliz.
No es fácil descubrirlos porque son detalles tan sencillos o insignificantes que pasan desapercibidos.
Sólo que, una vez llevados a la práctica (con alevosía y premeditación, por supuesto), te abren las puertas del paraíso.
Por ejemplo, he comprendido que no soy de desayunar más que un zumo de camino al trabajo en el autobús... Porque me encanta la punta de esgarraet y el café con leche que me preparan a las 10:30 en La Ibérica, el bar de al lado de la oficina...
Ahora ya sé que si voy en bici más del tiempo necesario (15 minutos) me suelo cabrear.
Por eso, para disfrutar del camino, voy un rato en bici y otro andando.
Pero mi más reciente descubrimiento ha sido que me encanta charlar por la mañana. Soy feliz si, entre bostezos de lunes a las 7:15 (y sabiendo que llego tarde al trabajo), despilfarro unos minutillos molestando a quien duerme a mi lado.
Además, reconozco que con el tiempo me he ido envalentonando...
Empezó como algo tímido. Unas palabras entre susurros y un beso robado. (Ohhh).
Ahora ya, directamente, tomo carrerilla desde el salón y me lanzo tipo pressing catch sobre el pobre inocente que trata de arañar un par de horas más al sueño.
Empieza a vislumbrarse el final del invierno y, con estos amaneceres en combate, damos la bienvenida a la primavera valenciana...
En bona hora...