martes, 20 de octubre de 2009

Tras los barrotes


Cuando llegamos a Pnom Phem, la capital de Camboya, no tenìamos màs planes que nuestras habituales dos noches apresuradas antes de tomar el siguiente autobùs.
Cada vez que nos subimos a uno, o- mejor dicho- cada vez que nos bajamos, nos prometemos profundamente no volver a caer en semejante paliza. Es inùtil: al cabo de veinticuatro horas ya tenemos dos billetes y las mochilas preparadas para continuar la ruta marcada.
Seguramente pequemos de inquietud, de poca paciencia o de falta de ese ritmo que tanto elogian los jipis sobre los asiàticos y los africanos (en realidad, cualquiera que intente sacar su vida adelante y no dormitar bajo el sol se pasa casi todo el dìa atendiendo un negocio o trabajando sin descanso, cosa que los espaNoles somos incapaces de hacer).
El caso es que, sin desviarme demasiado, alquilamos unas bicis con la intenciòn de pasear por la ciudad e ir a los Killing Fields, que son las plantaciones que utilizaban los Jemeres Rojos como fosa comùn.
En cambio, nuestra primera parada fue la prisiòn S-21, antaNo instituto cèntrico de la ciudad. La muestra es austera: apenas ves las habitaciones con los somieres solitarios en medio y los grilletes en el suelo, unas cuantas fotos y algùn que otro testimonio.
Salir de allì pàlido, mudo y algo mareado es lo comùn. Nosotros tuvimos que comer para adquirir color y dejamos de lado màs excursiones a las masacres de la historia.
Es caso es que- hilvanando este triste episodio con una de las mejores pelìculas que hemos visto durante el viaje- el personaje principal de la ùltima de Woody Allen aconseja ir al Museo del Holocausto a la visita imprevista de Nueva York como plan divertido.
Y cuento esto porque, a pesar de acordarme a menudo de la pelìcula, estos dìas la encuentro mucho màs cercana. Primero, por empeNar el asueto en museos de genocidios y, segundo, porque todas las palabras que me faltan para criticarla las ha escrito mi hermano en un artìculo que ya quisiera Boyero, Torreiro o- en su dìa- Fernàndez Santos.
Lo dice la historia: es casi imposible superar al maestro.

(Para comprobarlo, no tenèis màs que pinchar a la derecha. Aprenderèis màs y serèis mejores personas, os lo aseguro yo, que lo llevo aguantando unos cuantos aNos)

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