sábado, 3 de octubre de 2009

La historia de un libro.


Otra cosa de la que culpamos a la historia es de que haya convertido estos lares en un resort para franceses y eso provoque que las librer'ias s'olo tengan libros en ingl'es o en franc'es.
Y es que a pocas horas de cruzar la frontera tuvimos una de las maNanas m'as apasionantes del viaje: en Chiang Mai, cerca de donde nos hosped'abamos, ten'iamos tres librer'ias de compra2venta. Si ya hab'iamos tenido suerte en el sur, y gracias a una gu'ia encontrada en un estante de un hostal y un par de libros m'as nos hicimos con el superventas de Stieg Larsson, ahora nos tocaba deshacernos de peso a toda costa.
En nuestra posesi'on, uno de Javier Mar'ias en espaNol (seNalo lo del idioma porque es fundamental), "El retrato de Dorian Gray" en ingl'es y "M'as all'a de la libertad y la eternidad", de Skinner, tambi'en en ingl'es.

Los dos primeros no supon'ian mayor problema porque lo m'as importante- portada y peso- era suficiente. Ahora s'i, el 'ultimo no hab'ia quien lo endilgara.
La historia, y aqu'i viene el meollo, es que nos apoderamos de ese libro en el polideportivo de la YMCA, en Nueva York, por el capricho personal de leer uno de los libros de cabecera de Pablo: hace unos aNos, sus temas de conversaci'on no se desviaban m'as all'a del condicionamiento operante y las t'ecnicas educativas de un tipo que hab'iamos estudiado de pasada en las clases de la universidad. Y como mi amor por la amistad no tiene fronteras me propuse, al menos, hojear ese ejemplar manoseado y cubierto de polvo para que llegado el d'ia pudiera enfrentarme a ese amigo y decirle: "S'i, Skinner tiene raz'on. Gracias por cambiarme la vida."
Pero eso s'olo ocurre en las pel'iculas norteamericanas, y el libro en vereda no hizo m'as que pasar de bolsillo en bolsillo hasta derrotarnos y suplicar que se quedaran con 'el. Antes de tirarlo a la papelera junto a las pieles muertas de los mangos y las hormigas empachadas del az'ucar, mendigamos por las librer'ias ya aludidas hasta que, tach'an tach'an, lo vendimos por la prestigiosa suma de... diez baths, es decir, unos veinte c'entimos.
Lo siento, Pablo, sigo siendo un ignorante, pero el rollo ese de la amistad sigue en pie.

PD: para que este entretenido cuento no acabe de forma triste, quiero aNadir una an'ecdota de 'ultima hora: anoche, cuando estaba a punto de desnudarme (para hacer una sauna, malpensados) en un puesto de la Cruz Roja de Luang Prabang, encontr'e en el cambiador un libro desangelado, con una cubierta en blanco y negro y una tipograf'ia digna de trabajo mal hecho de instituto, que rezaba "Cuentos y novelas de Valencia". Nada menos.

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