lunes, 26 de julio de 2010

Piscinas Municipales IV: La Malvarrosa.


Que una playa no luzca bandera azul a principios de junio es algo aleatorio que depende de muchos factores: limpieza de sus aguas, cantidad de basura concentrada, temperatura y posibles plagas... Que pertenezca a la categoría de "piscina municipal" es una fase más difícil de remontar. La Malvarrosa, allende edulcorada por su aroma a tranvía y a excursión veraniega vestidos de domingo, y su contigua Patacona, idealizada por las mañana de mayo en que se presenta vacía, con perros corriendo hacia el horizonte, adornada con alguna que otra caseta que te puede hacer pensar incluso en Neruda y su cartero personal repartiéndole cartas que vengan desde Estocolmo, muestran su cara B en la etapa fuerte del verano: julio y agosto. Que los valencianos no pisen su playa y recorran decenas de kilómetros como una excursión dominical es, a ojos de un madrileño, una experiencia no explicable racionalmente, una contradicción en sí misma que nos devuelve al eterno dilema del incorformismo natural del ser humano. Que lo haga, tras pasar un fin de semana allí, se convierte en una temeridad. Una revelación: orillas atestadas, normalización del top-less en la tercera edad, silicona desenfrenada o anabolizantes a granel, botellones extendidos desde la madrugada o, directamente, salones comedores instalados en su paseo marítimo. Quizás la playa no consiga venderse como un destino paradisiaco, pero no tiene desperdicio. ¿Pulseritas de colores y barra libre? Horteras. ¿Urbanizaciones y campos de golf? Snobs. ¿Piscinas en el centro de la ciudad? Miserables.
No hay mayor logro que elevar una playa a la categoría de piscina municipal, lucirlo con orgullo y seguir engrosando una saga que, hasta la estación de gorros y taquillas entre el vapor del recinto climatizado, se acrecenta cada fin de semana.

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