Mi recuerdo las emparentaba con tardes de colegio cenando después de los deberes o de volver de la calle o, más adelante, con copias en vhs que intercambiabas en el instituto.
Sin embargo, ahora que daba todo por perdido, he encontrado una cierta armonía gracias a A dos metros bajo tierra, cuyo primer capítulo podría engrosar la lista de obras maestras y que, después de dos temporadas, mantiene la atención aunque no sorprenda tanto su estructura.
Problemas corrientes y tramas sencillas con la muerte como trasfondo (e inherente) que conmueven, alegran o te hacen pensar.
Ya estoy deseando que mi hermano me siga poniendo al corriente: a pesar de sus días de mudanza y trabajo en la otra punta, siempre saca horas para aniquilar las series del momento. No me enganchó Lost, pese a la global adoración, pero ya espero esos Soprano, The Wire, Mad Men o Treme (esta última la espero con más ganas después de la asombrosa película Adiós, pequeña, adiós, basada en la novela del guionista y actual estandarte de la novela policiaca, Dennis Lehane).
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