lunes, 27 de julio de 2009

El largo adi'os

"Otra parte de m'i querr'ia marcharse para no regresar nunca, pero 'esa es la parte de la que nunca hago caso. Porque de lo contrario me habr'ia quedado en el pueblo donde nac'i, habr'ia trabajado en la ferreter'ia, me habr'ia casado con la hija del dueNo, habr'ia tenido cinco hijos, les habr'ia le'ido las historietas del suplemento dominical del peri'odico, les habr'ia dado capones cuando sacaran los pies del tiesto y me habr'ia peleado con mi mujer sobre el dinero que se les deb'ia dar para sus gastos y sobres qu'e programas podr'ian oir y ver en la radio y en la televisi'on. Quiz'as, incluso, habr'ia llegado a rico, rico del pueblo, con una casa de ocho habitaciones, dos coches en el garage, pollo todos los domingos, el Reader-Digest en la mesa del cuarto de estar, la mujer con una permanente de hierro colado y yo con el cerebro como un saco de cemento de Portland.
Se lo regalo, amigo. Me quedo con la ciudad, grande, s'ordida, sucia y deshonesta."


Raymond Chandler, El largo adi'os.

As'i lo define un maestro de la novela negra. Se pueden ambiertar muchas intrigas y cr'imenes en la apacible periferia, pero nada mejor que una gran urbe- con sus pasillos de metro desiertos, sus callejones oscuros, sus cubos de basura amontonados en medio de la acera- para desarrollar una persecuci'on entre gente del hampa y altos cargos corruptos.

Nosotros, mientras, compramos la edici'on dominical del peri'odico en la Estaci'on Central antes de adelantar un d'ia la salida de esta ciudad. Atr'as dejamos un despedida de madrugada a esa estatua que daba la bienvenida a los nuevos habitantes del continente y ahora s'olo es un modelo complaciente de c'amaras fotogr'aficas de bolsillo o m'oviles de turistas desenfrenados. Una figura que, como la ciudad, te da la espalda si no tienes c'omo costearte la estancia. Que cobra peaje a cambio de una imagen, de un estilo. Que nunca duerme pero siempre busca refugio. Una ciudad perversa para los que no pagan la fianza o para los que quieren evadirse. Gastada, incipiente. Con una humanidad que se desvanece en cada trasbordo de suburbano.
Ahora descubriremos la otra cara: esa tierra firme que se encapricha sueNo de los emprendedores. Esos paisajes infinitos y carreteras sin final.
Ya veremos si el t'io Sam asoma la pata cuando lo sacas de su ajetreo inconsciente...



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