viernes, 21 de agosto de 2009

Cambio de rumbo

Imposible subir fotos. Los ordenadores de estas latitudes nos niegan la posibilidad de descargar documentos gráficos para corroborar lo que deseamos escuchen algún día.
De todas formas, después casi diez días, el orden estaría tan trastocado como vueltas da este viaje.
Resumo: hartos del mundo americano (del norte) y de sus pompas de jabón recubiertas en oro, nos debatimos en medio de una estación desolada entre hacer treinta y siete horas hasta el Gran Cañón y arrastrar los problemas de siempre- alojamiento, comida, pasta- o estar en veinte horas en México DF, capital del país vecino, urbe de unos veinte millones de habitantes y solución precaria de nuestras diatribas ocupacionales.
Así que, con nervios nos montamos en lo que iba a ser nuestro último Greyhound, esa compañía que deja el imperio del AutoRes por los suelos y que nos tenía engrilletados desde doce días antes.
No sólo eso: también iba a ser nuestro primer autobús de lujo (y último). De Monterrey al DF, y de la estación de autobuses al Zócalo. Nada mmás y nada menos. En un día habíamos pasado del desierto tejano al valle mejicano.
Mismo idioma, mejor comida y, como buenos viajeros, casa con internet, DVD y ducha regulable.
Así que, penas aparte, el nuevo destino abría- a su vez- nuevos territorios: Caribe, selva y la puerta de entrada a centroamérica.
En unas horas, y con la ilusión a flor de piel, Celia hizó un cálculo prodigioso de días y kilómetros y sacó como resto un periplo que incluía Guatemala, Belice y vuelta a California.
Fiándonos de un mapa robado en un hostal de una ciudad estadounidense que sólo contempla las carreteras de más de tres carriles, salimos en dirección Oaxaca a las doce de la mañana.
Seis horas después estábamos comiendo tacos y paseando por calles empredradas a la espera de que nos alojara el encargado del cineclub. Lo que parecía transitorio acabó convirtiéndose en un par de noches con chocolate caliente, celebraciones festivas en torno a la iglesia y visita a unas ruinas por el atajo de atrás, es decir, por la patilla.

Y, entonces, fue cuando eso de medir la longitud con el índice y el pulgar sólo valía para las películas de acción y no para los caminos perdidos de Chiapas: catorce horas nocturnas en una tartana, más otras siete en un autobús con cumbia de fondo fueron suficiente para replantearnos nuestros objetivos: bajo la bombilla de la cabaña, y rodeados de jipis tamborileros y demás titirimundis, con la ropa calada después de un diluvio que ni Noé y su tropa resistirían, decidimos darle una vuelta de tuerca y dirigir los pasos a otros paisajes lejos de las agencias de viajes y la mercadotecnia tribal.

Hoy, desde un ordenador de Ocosingo ( y tras un baño en un río ocre y un plato de pollo acompañado de zumo de guayaba), tanteamos la opción del autoestop en dirección Lagos de Montebello, al sur de la selva Lancandona, para ir- paso a paso- subiendo por la costa pacífica hasta Tijuana: la frontera más transitada del mundo.

1 comentario:

  1. Como siempre, magistral blog...

    Qué suerte que la vida nos haya unido cual siameses: tengo la impresión de estar al borde del camino junto a vosotros, asomado a los precipicios, sacando fotos de unas cangrejeras que atestiguan el esfuerzo, la osadía y cada paso de los dos tipos más inmensos del momento. Enhorabuena.

    Recuerdos desde Madrid.
    Somos muchos los adictos a vuestra singladura.
    Gracias por hacernos sentir cerca.

    Mil besos, hermanos de Jorge y toda la tropa.
    www.jgpalomo.blogspot.com

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