sábado, 26 de diciembre de 2009

Hogar, dulce hogar.

La alegría de volver a casa y abrazarte media hora a tus padres que, entre sorprendidos y llorosos, te miran y remiran, una y otra vez, como si fueras un espejismo a punto de desvanecerse.
De repente las tareas más cotidianas como abrir la nevera o saludar a un vecino son emocionantes...
¡Una comida casera! ¡Una ducha en condiciones! ¡Mi camita! ¡Ropa limpia!
Pero, sobre todo, conocer al hijo de mi prima y de mi mejor amiga, que nacieron durante nuestro viaje.
Sostenerlos en brazos. Admirar sus cabecitas redondeadas y sus ojazos.
¡Mira que han salido guapos!
¿Cómo puede quererse tanto a una cosa tan pequeña a la que acabas de conocer?
¿Y ver cómo les dan de mamar o cómo les abrazan esas personas con las que, hace apenas unos años, no hacías más que tomarte cubatas?
Nos hacemos mayores y eso tiene muchas cosas buenas.
¡Por los peques de la casa!

1 comentario:

  1. Preciosas y emotivas reflexiones, que comparto plenamente.
    Ahora, a disfrutar de lo que nunca se pierde porque permanece siempre con los brazos abiertos.
    !Carpe diem¡

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