lunes, 22 de febrero de 2010

Amelie en Madrid


Aunque sea lunes y el tiempo no se muestre tan generoso como esperamos, siempre puedes cambiar el color de las cosas a costa de tu imaginación (o de polarizador).
El fin de semana parece dejar un sabor de boca amargo. Salir hasta tarde, regresar de un viaje o no descansar lo suficiente no es motivo para encontrarse a las ocho de la mañana a jóvenes corriendo y abuelos paseando al perro mientras un toxicómano aspira el aire fresco del amanecer arrugando papel de plata con un pantalón de ciclista. O pasar justo en el momento en que abren la librería de la esquina o cuando el dependiente de una frutería coloca las alcachofas como si fueran de porcelana. O que una chica joven de vestimenta siniestra se sirva de un bastón con ruedines para llegar hasta una tienda de fotos mientras una fila de octogenarios aguarda a la apertura de un centro de exposiciones donde proyectan la historia de una adolescente embarazada.
En fin, que el final de febrero nos conduce inevitablemente a otra primavera y nosotros tenemos la llave para adelantarla o eternizar el invierno.
PD.: Siento este optimismo pueril a todos los que se levanten cada mañana a eso de las siete y no como algo excepcional.

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