miércoles, 24 de marzo de 2010

Amor canalla.


PEDRO: Era la hora de comer y había muerto su padre. Total, que con el estómago vacío y el embrollo de tener que lidiar con las funerarias tuve que presentarme en su casa. Menudo panorama: su madre, su hermano pequeño y su abuela llorando a moco tendido mientras yo miraba el reloj porque no podía llegar tarde al partido, que ya llevaba dos fines de semana sin aparecer, y ella, que me había suplicado por teléfono, sin hacerme ni caso.
Así que ayudé a cargar el cuerpo en el coche, me despedí y corrí hasta la pista cambiándome por el camino.
Al día siguiente me llamó y me dijo que me dejaba, que era un insensible y un irresponsable y que si para algo le había servido la pérdida de su padre era para darse cuenta de todo y encontrar la ocasión para mandarme a paseo. Con estas palabras.
Por lo menos, ganamos a los del barrio de al lado.
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LUCÍA: Ese día murió mi padre. No sabía qué hacer. Mi madre, mi hermano pequeño y mi abuela lloraban a moco tendido y yo, que sólo sentía ganas de salir corriendo, debía quedarme, hacerme la fuerte y lidiar sola con las funerarias.
Decidí llamar a Pedro, mi novio. Él sabría qué hacer y quizá podría abrazarme, besarme, decirme que todo iba a ir bien.
Cuando le llamé no podía entender qué me decía. Por lo visto esa tarde tenían partido en el barrio y él todavía no había comido. Tenía hambre.
No escuché y vino, con desgana. Mi padre seguía en el salón. La escena era desoladora. Un nudo en la garganta me impedía respirar. Estaba mareada y desconsolada. Mi madre se acostó. Cuando vino la furgoneta Pedro les ayudó a levantar su cuerpo.
No supe más de él ese día, salió corriendo hacia el campo. Quizá le daba tiempo de llegar, me dijo.
Esa noche no pude pegar ojo. En la habitación de al lado mi abuela intentaba consolar a mi madre, que tenía una crisis de ansiedad. Sin noticias de Pedro. Lloré y lloré sola bajo las sábanas hasta que mi hermano pequeño vino y se metió en la cama conmigo. Esa noche dormimos abrazados.
A la hora de comer lo vi todo claro. Pedro aún no se había dignado hacer acto de presencia.
Le llamé y le dije que lo dejaba, que era un insensible y un irresponsable y que si de algo me había servido perder a mi padre era para darme cuenta. Lo mandé a paseo.
Creo que no le importó. Me dijo que habían ganado el partido. Yo había perdido a mi padre.

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