jueves, 15 de abril de 2010

Colillas en el suelo.


Es inevitable: cuando uno se acostumbra a lo bueno, los reveses siempre son más difíciles de aguantar.
Después de dos semanas de buen tiempo, vuelve la lluvia y el frío y Madrid muestra su otra cara, la de la prisa y los malos modos subordinados a una aguja del reloj (o a una aguja, simplemente, si se trata de nuestros vecino del metro).
El recuerdo de tiempos pasados, con el aliño de programas de éxito que visitan a los paisanos residentes en otra parte del mundo, nos trasladó el otro día a Uganda. Un país, no nos cansamos de decir, asombroso. Una lección de tranquilidad y ganas de cambiar las cosas. Quizás porque pasamos más tiempo allí que en otro país africano y nos mezclamos algo más con la gente tenemos más cariño a sus paisajes que a otros que nos ofrecieron fauna salvaje o picos legendarios. Su capital, no obstante, es sucia y caótica. Las demás aldeas son los restos de una planificación abortada y las carreteras que las unen suponen la línea más primitiva de unión entre dos puntos, como los primeros deberes de un niño de repasar el perfil de un dibujo con un punzón.
Aun así, la gente salía contenta: un señor aseguraba cual mantra justificante que los niños de allí eran pobrísimos; una monja se echaba las manos en la cabeza por el índice de SIDA sin ningún remordimiento y una chica pagaba el precio de un alquiler medio de aquí por una mansión compartida con otros blancos. Estaba contenta y sin nostalgia.
Después de este proselitismo de una vida mejor lejos de la burbuja inmobiliaria estranguladora, me pregunté si harían el mismo tipo de programas en otros países. Por ejemplo, "Marroquíes por el mundo" o "Subsaharianos entre dos aguas". A ver qué opinaban de su nuevo destino estas criaturas sin opciones.
¿Qué oportunidades de ocio ofrece El Ejido? ¿De qué tejido son las mantas de la Cruz Roja? o la reiterativa ¿Cuánto tiempo llevas aquí? con la coletilla "sin papeles".

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