
Eso es lo que dicen los detectives apostados en el respaldo de su silla giratoria cada vez que sus secretrarias anuncian un nuevo cliente. Hazle pasar. Y entonces recogen el tabaco, colocan el papel entre los dedos y retiran las hebras para hacerse un cigarrillo en el tiempo exacto para que el visitante le prenda fuego. Hazle pasar. No importa que sea Lauren Bacall o Mary Astor. Que sea en un apartamento de la Quinta Avenida o en una oficina de la bahía de San Francisco.
Y te das cuenta de que al que ha dado permiso para que pase es, precisamente, a ti. Aunque no tengas voz de mujer fatal ni camines con tacones como si estuvieras en la cuerda floja.
Ya estás ahí. En medio de un despacho donde lo normal va a ser un asesinato extraño, un cómplice fugitivo, una mujer enamorada y una sociedad enferma.
Bienvenido: no vas a poder escapar hasta que cierres el libro, horas más tarde.
Y hasta pronto, que el adiós es demasiado largo para arriesgarse a decirlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario