viernes, 23 de abril de 2010

Las doce pruebas de Asterix.


Aunque en esto de las profesiones al volante parece que la fama se la llevan los taxistas y los camioneros, los autobuseros no son una especie en peligro de extinción. ¡Ni mucho menos!
¿Cuántos chistes hemos oído acerca del moreno camionero? ¿De sus aficiones cuando pasan por la M-30? ¿Y de pesetos? ¿Quién no puede contar una aventura que le ha sucedido a bordo de uno?
El autobús es lo que tiene: te sientas en la parada, subes, llegas a tu destino y te bajas.
Lo curioso es que con esto de la rapidez de la vida madrileña me descubro a mí misma subiendo y bajando de cuatro autobuses distintos al día. ¡Emocionante!
Antes tenía la idea de que uno se sube y se baja sin participación alguna.
Ahora hago encaje de bolillos: subo al C1, me bajo a las dos paradas, cruzo hacia el botánico andando, cojo el 150 o el 14 o directamente el 27 (aunque el 35 me parece que tampoco me vendría mal). Para volver más de lo mismo.
También puedo ir en metro: línea verde de Rubén Darío a Acacias o la amarilla y andar un rato...
No sabía que vivir en Madrid implica urdir estratagemas espacio-temporales: calcular los 3 minutos de escaleras de metro, los 6 hasta la Glorieta de Embajadores,...
Ayer Alberto me felicitaba por lo bien que me empiezo a mover por aquí...
¿Alguien podría darme el pésame?

Por cierto, si pasa uno de esos azules dobles a ras de acera, más vale dar un par de pasitos atrás.

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