miércoles, 9 de junio de 2010

Piscinas municipales (II)

Podríamos continuar esta saga de episodios veraniegos con la afirmación, más o menos precisa, de que una piscina municipal es una representación a escala del universo. Efectivamente: si la costa levantina es el modelo de la esencia española reencarnada en bolsas de patatas abiertas en forma de Z, litronas de cerveza en frigoríficos portátiles de propaganda, botellas de coca-cola bebidas a morro y cuchillo de palo acompañando el helado de barra, una piscina municipal en una ciudad es la muestra microscópica de la carcasa. La corteza del sentir popular. El sueño irrealizable de los condenados al asfalto. La máscara trágica de los castigados sin vacaciones.
El panorama de junio se fracciona entre los que aspiran a una distinción venidera y los que auguran un porvenir semejante. Los funcionarios que aguardan el agosto de playa y los inmigrantes que preven dos meses similares.
Los primeros se llevan el trabajo al césped: profesoras con exámenes por corregir esperando no encontrarse con sus alumnos, padres separados con la niña de fin de semana, mujer de hostelero y ama de casa fumando Ducados mientras se cuece al sol o ejecutivo ojeando los suplementos del periódico. Éstos disfrutan, sin duda, pero nada que ver con el resto: familias enteras de sudamericanos en juerga continua de sangría y cerveza en vasos de plástico, pandilleros juveniles de ligoteo permanente o marroquíes en la sombrilla liando canutos sin descanso. 
Una manera de vivir más: no todos somos Ana Botella y llevamos una cartera de Medio Ambiente o un Jesús Gil con jacuzzi, caballo y club de fútbol que aprovechar.

1 comentario:

  1. Excelente visión literaria de las piscinas municipales. Certera descripción que podría ser el parangón de una "escena matritense. Ánimo, y a seguir escribiendo como lo hacéis. Besos a los cangrejeros.

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