martes, 8 de junio de 2010

Piscinas Municipales - Primera entrega.

Cuando Alberto me dijo que había un pase para las piscinas munipales madrileñas me pareció una idea fantástica. Ya que no hay... ¡Vaya, vaya! Pues, al menos, rebajaremos los calores del asfalto al borde del cloro.
Con nuestra toalla a rastras nos fuimos a la que tenemos más cerca de casa. La cola salía por la puerta y llegaba hasta la esquina. Palidecimos. Menos mal que si tienes el pase entras sin más. ¡Uf!
Vestuarios, más o menos, y salida al exterior.
Me rio de los que dicen que Cullera y Benidorm están llenos en Agosto. El que haya dicho eso es que no ha pisado una piscina municipal en su vida.
En las piscinas municipales no hay amigos. Si estás en tus centímetros cuadrados de césped y llega alguien con la intención de plantar sus cachivaches en él: "¡Vade retro intruso!". Dentro del agobio, lo bueno es que no dejan entrar sombrillas. La fauna local va desde la tanoréxica de 20 años que se va con su tupper de carlotas y loción de coco, pasando por la madre de familia peruana con sus ocho niños y trenta bolsas de comida, hasta los matones del barrio. Si ves a seis tipos dominando el cotarro desde la sombra con su loro y cadenas de oro, procura arrimarte más al segurata que pasa por ahí.
De ser afortunado encontrarás un huequecillo en el que plantar los bártulos y acomodarte, si el polen te lo permite. El mejor momento llega cuando, tras luchar con la fila india de gente de las duchas y saltar por encima de los que están sentados al borde de la piscina, te metes en el agüita, fresquita... Y entonces... ¡BOOOOOMBA! No he mencionado a la chiquillería adolescente hormonada que recorre las instalaciones creando un constante zumbido de gritos y chapoteos.
Por cierto, la foto, que me gustó tanto porque la niña lleva un flotador como el que yo tenía de pequeña... Resulta ser Ana Botella. Es curioso hacia dónde nos va llevando la vida a cada uno de nosotros.

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