martes, 10 de agosto de 2010

Rutinas.

Establecer rutinas puede ayudar tanto a amansar a una fiera como a saber apreciar unas acciones concretas. No hablo sólo de levantarse a una hora determinada, comer a otra o dar un paseo siempre en el mismo momento. Hablo de conseguir un orden. El orden, como en las novelas, es fundamental. Si no, tu vida se convierte en algo inconexo, a pesar del inevitable final.
Dónde termina nuestra calle empieza un paseo con parques y en dos esquinas casi contíguas duermen a la intemperie dos vagabundos. Siempre los mismos, sobra aclarar. Ambos, a tenor de mis precarias observaciones, siguen sus propias rutinas. Mientras uno todavía no ha aparecido a medianoche, el otro lo tiene todo colocado y aprovecha para dedicarse al onanismo público. Éste mismo se levanta temprano y espera, con monólogos encriptados, a que llegue la hora de la comida: pan con latas. El trasnochador duerme hasta mediodía y desaparece de nuevo.
A pocos metros se encuentra una mujer de pelo tosco y recogido que, independientemente del momento del día, fuma colillas mirando al horizonte... 
Si uno de ellos altera el orden habitual de sus quehaceres, se te descoloca la jornada (ocurre lo mismo cuando en lugar de tomarte el café de las mañanas te toca salir corriendo y llegar al trabajo en ayunas).
Necesitamos que la realidad permanezca inmóvil para encontrarle nuestros propios fantasmas.
Somos capaces de crear una rutina hasta en los espacios menos pensados o en las etapas más desiguales, quizás por eso buscamos lo viajes organizados que nos permiten, a cambio de un módico precio, mantener nuestro modelo de vida.

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