lunes, 25 de octubre de 2010

Orquídeas.

Las orquídeas entraron a ritmo de rock and roll y dos lágrimas rodaron por las mejillas de Luisa...
 "Mi madre cuida más a su orquídea que a mí". Esa frase, que es absolutamente falsa, me encanta.
 La repito una y otra vez, como una niña pequeña que quiere captar la atención de los adultos que la rodean, sin darme cuenta de que ya no tengo cinco años.
No sé quién diablos le regaló la maldita planta, pero se alza orgullosa en mitad del comedor, proclamando insolente mi derrota.
A pesar de que los consejos de jardinería caseros son un tema más que recurrente entre mi madre y mi abuela (junto con el parte meteorologico) y a pesar de haber ido a distintas exposiciones de "orchidaceae", nunca les he terminado de ver la gracia. Me decía a mí misma... "Esto de las plantas es como el fútbol, si ya no te gusta, no te gustará nunca".
En la frontera con Guatemala, a orillas de las Lagunas de Montebello, me dí cuenta de que, de nuevo, estaba equivocada, cuando la familia que nos alojaba nos mostró el modo en que las cultivan para sacar algún dinero y salir adelante. Me deslumbraron sus hojas carnosas, las raíces como dedos de recién nacidos y el restallido de color de sus pétalos todavía humedos por el rocio de la selva.
El fin de semana en que Noemí decidió que regalarian orquídeas en la boda a madres y abuelas, me pareció un detalle acertado y de buen gusto al que no atribuí más importancia.
Pero cuando, en mitad de un banquete repleto de sorpresas, aparecieron estas reinas a ritmo de rock, vi dos lágrimas en los ojos de Luisa y supe que habían acertado.

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