lunes, 25 de octubre de 2010

Recuerdos selectivos.

Puede que nuestra estancia en Nueva York se viera afectada por dos condicionantes principales:
1) El lugar donde vivíamos (zona alta de Brooklyn) debido al precio de vida y 2) La lectura de Ébano, de Kapuściński.
El primer problema es fácil de solucionar si cuentas con holgura económica y vas preparado para lo que te esperas tras un salto de charco desde Europa: los precios de Estados Unidos son excesivamente altos. Mucho más de lo que cualquiera puede imaginar poniendo en comparación a Francia o Alemania. No sólo por el ritmo de vida diario de transporte, casa y comida, sino por cualquier añadido que le quieras hacer a esa supervivencia privilegiada.
La segunda es más compleja: deberían impedir ciertas lecturas según qué lugar. No se puede leer sobre la miseria en el país de la opulencia. Vale que esté permitido leer historias, fábulas e incluso ensayos algo críticos con tu propio sistema, pero acariciar una realidad tan cruda puede tener los efectos secundarios de exaltar tu sistema o aprender a limpiar las desgracias ajenas con una gamuza de mala conciencia que expulsar la más mínima mota de polvo que se quede en tu lente.
En cualquier caso, la ciudad no tiene pérdida. Yo la echo de menos a menudo, a pesar de estar en Madrid y creer que esto es como la Gran Manzana. Celia, no tanto. Ella prefiere el mar, la brisa y las películas en pijama. Aunque también extraña el aliño de los helados, las salsas de las patatas y, sobre todo, el anuncio por megáfono de permanecer apartado de las puertas del metro.

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