lunes, 30 de mayo de 2011

El fin de la trilogía.

Con unos títulos más largos que un día sin pan y una media de trope mil páginas por ejemplar cualquiera se pone chulapo y se lee los tres libros que componen la saga Larsson.
Mi opción, la cobarde, ha consistido en leer el primero (Los hombres que no amaban a las mujeres) y ver la versión cinematográfica de los otros dos volúmenes (La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire).
Su autor consigue arrastrarnos al universo de Lisbeth Salander, una joven de estética entre gótica y punk, de complexión delgada y porte masculino, que ha sido definida por algunos como la "metáfora de la subversión cultural" o "la nueva heroína del S.XXI". No sé si comparto semejantes halagos, por quedarme demasiado grandes, pero sí es verdad que ha venido a cubrir un hueco que quedaba en el mundo editorial, lo cual, como siempre, lleva premio.
Éxito de ventas y paradigma de la nueva novela negra, este periodista sueco se ha ganado de manera póstuma un espacio nada desdeñable entre los grandes del género.
Tras el primero como siempre, llega el pelotón y ahora tenemos en las estanterías de la Fnac toda una serie de "Asas y Mankells" venidos del frío.
Parece ser que su fulgurante introducción en el mercado español se debe a la combinación del lenguaje periodístico, el bestseller y la novela negra.
"En este tipo de novelas no se ahonda en la descripción y la reflexión, pero sí se da una acción rápida que se entrevera con esquemas políticos que indican cómo interpretar la sociedad."
Todo un cocktail que no deja indiferente, entre otras cosas, debido al fenómeno social que generó hace un par de veranos. Mejor contrastar y hacerse su propia idea, como con todo.

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