viernes, 25 de diciembre de 2009

Epílogo: brindis.



"El tiempo es veneno y sólo con veneno se puede envenenar, o vencer. Así que yo relleno mi copa otra vez y lo vuelvo a hacer"
Brindis, Los Enemigos.


Toda migración es una promesa: la promesa del regreso. La espera es larga y el aterrizaje, como el arte, no importa. Los paisajes dejan de sucederse por carreteras sin asfaltar y el viajero llega a su tierra.
Son muchos días de peregrinación, de cambios de cama, de transporte forzoso. El viaje te transforma y te transporta. Te lanza hacia lugares que se irán desvaneciendo de tu piel para convertirse en la carcasa de unos recuerdos moldeados a tu gusto. Desde la infancia hasta el día más reciente, tu mente igualará esa ristra de imágenes y la convertirá en anacronismo. Porque todo lo que somos es ahora. Y sin tener a quién contárselo, lo vivido no sirve para nada.

No obstante, ya se sabe, el viaje nunca termina. La realidad sigue enviándote de un lugar a otro sin previo aviso y descubriéndonos más aspectos de nosotros mismos. Viajar es la línea más larga entre dos puntos. Cualquiera puede ser guionista en Nueva York, trampero en las rocosas, narcotraficante fronterizo, muyahidín en plantaciones de opio o pirata en el índico: basta con cerrar los ojos.

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