miércoles, 22 de diciembre de 2010

Día de Lotería.

El mejor viaje es siempre el que vendrá. 
Amontonamos recuerdos, nostalgias, desamores, libros olvidados, películas borradas y canciones prohibidas.
Y necesitamos un marco temporal que los organice. Hacemos inventarios de vida
Pero, qué carajo, aquí estamos. A punto de celebrar una de esas cenas que todo el mundo critica pero que deja un hueco enorme cuando no se comparte. A punto de despedir lo que, en suma, no será más que otra semana de quejas, frío y soledades.
Y si el año que viene es peor, pues lo diremos: que puta mierda de año. Y punto. Nada de lamentos. Nada de creer que tiene que ser mejor por cojones. Que tenemos que conservar la salud o el trabajo. A la mierda la salud, queremos dinero. Dinero para destrozárnosla y para dejar el curro. Así que todo es otra mísera excusa más de perdedores. De quejicas llorones que lo que menos desean es mantenerse en forma porque saben que es transitorio- como el dinero- pero, además, genera menos alegrías: una medalla, unos análisis impecables, algunos días más de cordura…
Y eso: al que le ha tocado el Gordo, pues felicidades. No sé si se lo merecen o no (¿nos lo mereceríamos nosotros?), lo que está claro es que han tenido suerte. Y la suerte, al contrario del azar, es cuestión de talento, que decía Benavente.
Se les acabaron los yogures naturales sin azúcar de medianoche, la pieza de fruta a media mañana, el café descafeinado a partir de los cincuenta, los filetes sin sal y la gaseosa sin vino. A disfrutar, que son dos días. O cinco números, según cómo lo mires. ¡Salud!

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