lunes, 27 de diciembre de 2010

¿El blues de Chicago?

Mi padre siempre nos decía que el desayuno tiene que ser el 25% de la alimentación diaria. Yo, cuando le veía untando mermelada en tostadas, haciendo cubitos de queso con membrillo, pelando fruta y calentándose más café con leche me preguntaba cómo sería el 75% restante.
Hoy esta anécdota me la he aplicado a mi favor y, por primera vez en unos meses, me he sentado en una exigua mesa de la cocina a temperatura ambiente (menos cero) y me he preparado tazones de cereales con lo que he podido rescatar de mis enseres cotidianos: un bote a medio cristalizar de miel, un tarro de Nocilla con marcas de tenedor y una manzana arrugada de la bandeja del frigorífico.
El caso es que me ha servido para espabilarme y venir pensado en los tres cuartos restantes y no en el 100% habitual, que solía repartir entre comida y cena.
Todos estos datos inútiles para conmemorar, entre otras cosas, una noche gélida al lado de los primos llegados desde Wisconsin, estado fronterizo del norte- con menos literatura que los del sur, pero con más arces- y una asociación fortuita con el Blues de Chicago de Muddy Waters nada más llegar al trabajo. Relación que, como en otras involuntarias, se me ligan a espacios que nada tienen que ver con la letra, la música, el mensaje o, en suma, mi vida y que, como siempre, condicionan la forma en que te acercas a las cosas.
Porque, vamos a ver, ¿quién me mandará a mí escuchar lamentos de negro suburbial después de cenar con dos ingenieros rubios y atléticos?

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