jueves, 16 de diciembre de 2010

Una opción más.


“Dios guarde a los que se adentren hoy en la gran ciénaga, ya que hasta las partes elevadas se están convirtiendo en un lodazal. Encontré el tormo negro, donde había visto al solitario vigilante, y desde su rugosa cima contemplé las melancólicas ondulaciones del terreno. Por su superficie rojiza se deslizaban torrentes de lluvia y el paisaje estaba cubierto de nubes bajas, de color pizarra que orlaban como una guirnalda las laderas de las fantásticas colinas”
El sabueso de los Baskerville, Arthur Conan Doyle.


Una pena que nuestra generación haya estudiado las descripciones con Platero y yo. Porque ahora no hay Cristo que soporte cada encabezado con esta retahíla de adjetivos. Que si alta literatura, que si clásicos… Si estamos acostumbrados a hojear los periódicos, a cliquear de un enlace a otro en internet, a leer sólo los pies de foto de las revistas o suplementos, ¿Cómo esperan que estemos en condiciones de acercarnos a Stendhal, por ejemplo?
Leer ha de ser una opción saludable. De nada sirve que se impongan unas lecturas por su peso histórico: quién sabe si en unas décadas El código Da Vinci se considere de culto, como fue La montaña mágica un best seller en su época.
Teniendo en cuenta los cambios actuales, el tiempo dedicado a la lectura, la forma fragmentaria de manosear un libro- intercalándolo entre salas de espera o estaciones de metro- el amplio alcance de la literatura en cualquier estrato o hasta la infinidad de novedades semanales y de publicaciones expuestas en librerías, bibliotecas, papelerías y hasta supermercados o gasolineras, es absurdo retroceder al estudio dedicado de un arte más o menos líquido. Sin embargo, que los planes de estudio combinen El Quijote a los quince y El niño del pijama de rayas a los dieciséis no tiene sentido alguno.
Puede que una solución posible sea marcar un patrón desde pequeños que, por lo menos, les haga tener cierto criterio a la hora de despreciar a Ken Follet o, por qué no, al prolífico Dickens.

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