miércoles, 26 de enero de 2011

"El Palentino", que no "El Palestino".

Nuestra relación empezó con una cervecita inocente justo antes de pasar a ver una obra en el teatro de al lado.  
El Palentino es el clásico barecillo español, con tres camareros canosos tras la barra y, eso sí, bastante lleno de gente. Me sentí cómoda, sin más.
Transcurrido un tiempo acudimos a otra obra de teatro. Como llovía y faltaba media hora decidimos entrar.
Me fijé en la barra: metálica con ondulaciones. Mesitas chapadas de madera sacadas del Cuéntame, espejos y más cañas. El camarero jefe, que es de Palencia (se nota que es el jefe porque es el más decimonónico), domina la barra con discreción, envuelto en un savoir-faire de corte serio y eficaz. Cañas servidas con maestría y una memoria de elefante desarrollada tras años de subyugar al cotarro desde su trono metálico de tintes añejos.
Parece que ejecute un baile sublime digno de Natalie Portman en Black Swan, pero sin esquizofrenia, supongo.
Supongo también que es un lugar que a poco te pares a respirarlo te conquista.
Nacida para vivir acodada en la barra del Palentino. Ese sería un estado ideal... Aunque podría abocar a la beodez indiscriminada, sobre todo porque cuando cae la noche el bar de cañas se transforma en tugurio de copazos donde te atienden igual de rápido, pero a un precio escalofriantemente bajo. No importa que pidas Habana de tres o de siete años. Los cubatas son a tres euros.
De una noche allí sólo recuerdo verme sentada junto a una pareja Española-Mejicano que habían decidido dejarlo todo por amor. Y yo, acodada (para no caerme) en la misma barra ondulada, pude darles mi más completa bendición y creo que les pasé hasta el número de fax del trabajo de mi prima… (Disculpa Elena). Que también se enamoró de un mejicano.
Este es un razonamiento muy propio de momentos semejantes.
A mi prima le ha ido bien. Ya van a por el segundo retoño… Una Karla, con “K”, a la que esperamos para dentro de dos semanas, con ilusión, mucha.
Deberíamos bautizarla en el Palentino, con un Habana, y después hacer el convite en el Boñar. Pero ese es otro capítulo.

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