miércoles, 19 de enero de 2011

Verde.

A veces pasa. Llevas toda tu vida viviendo en la misma ciudad y has interiorizado hasta tal punto el número de paradas en los trayectos que te levantas inconsciente del asiento sin ni siquiera oir la megafonía. Tienes el tiempo calculado, la armónica de fondo asimilada, los empujones asumidos y el recorrido de salida aprendido.
Nos movemos sin dedicarle ni una sola mirada a lo que hay a nuestro alrededor cuando se podría hacer toda una sociología en una radial de la ciudad.
Y ahora, después de varios años bajo la dictadura de la línea gris, un trazo verde me marca el camino. Una enrevesada coraza de serpiente que circula entre el archiélago madrileño de calles y plazas sin nombre me escupe cada mañana en un polígono industrial desconocido y me acerca a un mundo nuevo.
Nuevo, hasta que me entre nostalgia de los andenes centrales de la azul o de las baldosas ennegrecidas de la roja. Melancólicos somos, me temo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario