lunes, 10 de enero de 2011

Regreso.

Mi abuela tenía comportamientos paradójicos: comentaba las últimas noticias de explosiones por fugas de gas mientras dejaba que éste corriese por los hornillos de la cocina y ella buscaba la caja de cerillas (o fósforos, que es una palabra que aprendimos con el cuento de "La niña de los fósforos" y que no se utiliza para nada) antes de acercar la llama; también me narraba la forma de las quemaduras de su vecina al reventarse la bolsa de agua caliente mientras apoltronaba su pesado cuerpo en una desgastada bolsa rosa conmigo pegado a su cuerpo en un mismo colchón: normal que durmiese cagadito de miedo desafiando al inevitable destino del trasplante de piel nalga-brazo.
Corren tiempos fríos y el fuego, el calor, las brasas, son un espejismo. No obstante, regresamos con una buena dosis de playa, montaña y carretera para empezar el año: baños a bocajarro en el Estrecho o bajo el cauce deshilachado de una cascada que, no sé por qué, en su día disfrutamos entre palabras árabes y con la impresión (no sé si verdadera) de que se llamaba "La cabeza del gigante". Nos gusta ponerle nombre a los sitios, en suma.
Y esta vez, redescubrimiento de lugares, disfrute y esperas. Un gran viaje en un tiempo corto. Un viaje de contrastes: callejones arqueados frente a amplias avenidas; tenderos cercanos frente a muchedumbre pasajera; tés con hierbabuena frente a vino con bravas. Una amplia brecha en un estrecho de corrientes.
Y, como corolario, apoyar las propuestas de una firma que sale los martes en nuestro vecino "El silencio sonoro". La última, Mi tío Oswald, es un buen ejemplo. Lo peor, esa portada chillona y hortera que invita al folio en blanco para poder leerlo en público.
Vuelta al café, al metro y las películas de videoclub.

1 comentario:

  1. Como siempre, es un placer sumergirse en la lectura de estos fragmentos de exquisita literatura de viajes y certeras recomendaciones bibliográficas.

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