martes, 26 de abril de 2011

De cómo acabé odiando a Audrey.

 Hacía ya tiempo que venía notando que Audrey Hepburn está de moda.
Parece que queda bien alabar Desayuno con diamantes.
Sí, claro, la peli es un clásico del cine, es como decir que te parece buena Cantando bajo la lluvia, no hay riesgo. La pega viene cuando se empieza a hacer merchandising en torno a una figura.
Y con esto critico tanto las tazas de café con la cara del Papa o del Che, como los calzoncillos de Mickey y los manteles de Audrey Hepburn. Aquí sé que toco fibras.
Todo empezó estas navidades cuando mi tia Dulce, a la que adoro, me regaló un calendario temático. En lugar de "Paisajes de Klimt", este año iba de "Audrey en Tiffany". Es decir, que llevo desde enero compartiendo habitación con ella. La primera página va bien, es la portada de la película. La segunda te hace gracia su típica foto delante del escaparate. En marzo empezó a caerme algo más gorda (contradictorio cuando en la foto parece un esqueletito andante). Pero nuestra discordia se consumó con Abril.
Por si fuera poco compartir el escueto pasillo que constituye mi habitación, resulta que cada mes tiene una frase.
Las frases de calendario, como las de los sobres del azúcar, no me suelen henchir de dicha el corazón, pero es que esto va un pasito más allá.
Señores y señoras, la frase de este mes con la que me he levantado cada mañana es: "A girl can't read that sort of thing without her lipstick". Lo que es lo mismo: "Una chica no puede leer algo así sin su pintalabios".
¡¡¡Pintalabios no sé, pero pintamonas un rato!!!
Menos mal que el icono de belleza femenino, sigue anclado en la guapa y buena chica tonta, así siempre estaré de moda.

1 comentario:

  1. Una Audrey a lo Andy. La tenía en el salón. Y la foto, multiplicada por cuatro en sus cuatro llamativos colores, ni siquiera brillaba por su originalidad: pitillo con boquilla que se acerca delicadamente a sus labios, y diamantes en un moño imposible, que sólo puede ser elegante si corona su rostro. Después descubro que también tenía impreso ese mismo rostro en un mantel ya bastante deteriorado, que cumplió durante un par de años su estética función: cubrir una mesa tan horrenda que no animaba a tomarse el desayuno. Reconozco que en ese mantel Audrey compartía montaje con Ava y Grace... Me libró de las dos reliquias: una, descansa bajo una cama; la otra, plegada en el interior de un armario. Pero ahora descubro, horrorizada, que sus perfectas facciones se asoman en el fondo de un reloj de líneas modernas que decora el aparador de mi salón. No lo desterraré: no hay frase que lo acompañe. Besos a los cangrejeros: la foto de los dos viajeros está más visible que la de la Hepburn...

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